miércoles, 18 de febrero de 2009

Se rompe el saco

SE ROMPE EL SACO

Sin duda alguna la cuestión palpitante ahora en nuestro mundo es la crisis. En los hogares y en las empresas se sufren las consecuencias; en los parlamentos, en los medios y en las tertulias se analizan sus efectos y, sobre todo, sus causas. Pero la explicación clara y definitiva nos la ofrece la sabiduría tradicional: LA AVARICIA ROMPE EL SACO. Pese a no ser sinónimos, hoy la palabra “codicia” se asocia inevitablemente con la palabra “crisis”.

La crisis, por supuesto, es la financiera. Hay otras, algunas tan graves como la alimentaria o la climática, pero la financiera las eclipsa. Prueba de ello es la conferencia mundial de la FAO: no consiguió reunir ni siquiera veinte mil millones para aplacar el hambre de los países pobres mientras que para enmendar los disparates y estafas de la gente rica han salido cientos de miles de millones (y todavía siguen saliendo) de los paraísos fiscales, las cajas secretas, las hábiles contabilidades y otros ardides de la ingeniería financiera. Los banqueros aparecen como “los malos de la película”, pero se olvida que no operan en el vacío sino dentro de un sistema y en estrecha interdependencia con él, lo mismo que el corazón en el cuerpo humano. Los banqueros se han excedido, sin poder evitarlo, porque el sistema es codicioso por naturaleza. Esta crisis no es una enfermedad en un cuerpo sano y robusto, sino al revés: toda la estructura de ese cuerpo social está desquiciada. La crisis no es una fiebre juvenil sino una deficiencia senil.

No es que el capitalismo sea malo sino que está agotado y se revela incapaz ante un mundo diferente del que le hizo nacer. En sus comienzos, hace cinco siglos, su codicia radical le impulsó a descubrir océanos, colonizar continentes, alentar un humanismo frente a oscuridades teológicas, sembrar ideas con la imprenta y fomentar el pensamiento y la riqueza: el sistema de vida occidental se hizo con el dominio del mundo. Pero esa misma codicia ha socavado la prosperidad con su exageración permanente, convirtiéndose hoy en la avaricia del anciano que se abraza a su bolsa llena con temor de perderla pero todavía ansioso de aumentar el botín.

La codicia siempre exagerada y el capitalismo insaciable carecen del sentido del límite. En la antigua Grecia respetaban a una diosa, Némesis, guardiana de los límites y perseguidora de sus transgresores. Otras culturas han ensalzado la serenidad y el equilibrio, la vida tranquila o la armonía con la Naturaleza, pero la codicia capitalista no está satisfecha y llama progreso al aumento constante de bienes y productos. La población mundial se ha triplicado a lo largo del siglo XX, sin que los recursos naturales hayan podido crecer lo mismo. Diversos estudios, que coinciden en lo esencial, muestran que desde fines del pasado siglo la regeneración de los productos naturales de la Tierra ya no restituye el consumo. Se piensa más o menos que sólo para dar a toda la población el nivel de vida de España haría falta tres planetas como el nuestro.

La palabra CODICIA tiene una acepción taurina que alude al ímpetu con el que embisten algunos toros y, ese significado es aplicable al capitalismo, que es esencialmente predatorio, sin respeto a la naturaleza ni tampoco a las personas. Desde que en sus orígenes el hombre se erigió en el Rey de la Creación, ha explotado sin reserva los recursos del planeta. Todavía en los primeros tiempos el famoso médico y filósofo, Paracelso insistía en que a la naturaleza se la vence obedeciéndola, pero esa precaución pronto quedó olvidada, en contraste con otras culturas, que consideran sagrados un árbol o una fuente. Ni siquiera se respeta siempre al prójimo, se violan los derechos humanos a pesar de proclamarlos. Con la globalización el dinero, valor supremo del sistema, circula sin barreras, mientras el movimiento de las personas se restringe con métodos tan anacrónicos como erigir vallas y muros.

Ante tanta prosperidad en las grandes urbes de los países desarrollados muchos se resisten a admitir la decadencia de tal poderío. Olvidan con eso la experiencia histórica de todos los grandes imperios. Desde Asiria y Babilonia hasta nuestros días, tuvieron su decadencia y ocaso. Fenómeno descrito magistralmente hace ya seis siglos por Aben Jaldún, un musulmán cordobés autor de una historia de los bereberes. Otro andaluz, el poeta Rodrigo Caro, acuñó ante las ruinas romanas de Italica estos hermosos versos “Las torres que desprecio al aire fueron/a su gran pesadumbre se rindieron.”

El capitalismo se rinde ya a su codicia. Hace cinco siglos Europa era una explosión de afanes en aventuras creadoras. Las gentes se embarcaban en frágiles navíos y cruzaban océanos para llegar a tierras ignotas; los mercados prosperaban en las ciudades, las universidades se multiplicaban y la imprenta sembraba ideas nuevas y audaces. Aquel espíritu de aventura se ha convertido hoy en un afán de seguridad y en un repliegue a refugios protectores sacrificándose las libertades a una supuesta seguridad. Occidente vive ahora en el miedo y hasta los ciudadanos del país más poderoso de la tierra viven en constante temor, soportando controles y restricciones.

También Roma, dominadora del mundo de su tiempo acabó desmoronándose y cayendo en un estado de barbarie y desorden. No estamos muy lejos de una situación semejante, porque la barbarie consiste en la destrucción de los valores básicos de una cultura y eso precisamente está ocurriendo en nuestro tiempo. Asistimos a violaciones de la Justicia y los Derechos Humanos, ataques a la libertad, simulaciones de democracia, deconstrucciones de la familia y hasta las mismas religiones y sus iglesias tienen sus crisis. Pero, imperturbable, la codicia continúa.

¿Caerán en saco roto estas observaciones? Es de temer que sí, como la de tantos otros, pues no soy el único en formularlas. Ya lo dijeron los clásicos: “los dioses ciegan a aquellos a quienes quieren perder”, pero lo vean o no, la codicia está rompiendo el saco.



José Luis Sampedro
es escritor y economista
en Miradas de su página personal

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martes, 17 de febrero de 2009

Darwin y la crisis medioambiental

CHARLES DARWIN Y LA CRISIS MEDIOAMBIENTAL

A partir de la pregunta: ¿qué habría pensado Darwin de la situación ambiental actual?, el autor reflexiona sobre las crisis ecológicas, los aspectos éticos que rodean los retos ambientales globales y el hecho de que las enseñanzas sobre cómo somos y de dónde venimos de Darwin son una fuente de inspiración y un referente para construir el futuro.

Los editores me han planteado una pregunta difícil de responder: ¿qué habría pensado Charles Darwin de la situación ambiental actual? No se trata, claro está, de jugar a las adivinanzas: ni soy Darwin ni tengo su inteligencia y, además, ¿cómo se puede trasladar una mente del siglo XIX a la situación actual? Seguramente, le costaría un poco hacerse cargo de todo lo que ha cambiado en la realidad social y ambiental en un siglo y cuarto. Darwin era un inglés acomodado, que no necesitaba trabajar. Tenía ideas en general conservadoras (pese a la revolución intelectual que protagonizó). Estaba radicalmente en contra de la esclavitud, eso está claro. Aun así, no diré que fuera racista, pero tampoco era igualitarista, y seguro que le sorprendería mucho el gran cambio del papel de la mujer en las sociedades ricas actuales, pese a que ya empezaba a percibir una evolución en las ideas de las mujeres en temas como los religiosos, incluso comparándolas con las que observaba su padre.

En cualquier caso, creo que Darwin habría estado satisfecho de ver de qué modo ha sido aceptada por los científicos su explicación de la evolución por selección natural. Él, que no había dudado nunca que su explicación fuera válida, sí que creía, hacia el final de su vida, que quizás podían actuar otros mecanismos en la evolución, además de la selección natural, especialmente mecanismos de carácter lamarckiano, es decir, que caracteres derivados del uso y el aprendizaje a lo largo de la vida podían ser transmitidos de algún modo, en ciertos casos, a la herencia. Hoy, únicamente la selección natural es aceptada por los científicos. Darwin ha vencido a Lamarck más de lo que pensaba.

Darwin entendió inmediatamente que sus conclusiones tenían que aplicarse al hombre. En El origen de las especies no discute la génesis de ninguna especie en particular, pero, por honestidad intelectual, se sintió obligado a hacerlo en el caso del hombre, para que no le pudieran reprochar la ocultación de sus ideas (así lo escribe, casi textualmente, en su Autobiografía), y lo hizo en El origen del hombre y en La expresión de las emociones en los animales y en el hombre. No es demasiado osado deducir que Darwin habría aceptado plenamente el paso que dio posteriormente la ecología: es decir, situar al hombre como un elemento dentro de los sistemas ecológicos, por más que pueda llegar a ser el elemento dominante y modificar mucho estos sistemas. En realidad, este punto de vista de la ecología no es más que un complemento lógico de la revolución copernicana que Darwin protagonizó sobre la posición biológica del hombre.

Darwin, Malthus y los límites de la biosfera
Si partimos de esta idea, podemos entender mucho mejor lo que está pasando con la cuestión ambiental, y, sin duda, Darwin lo habría captado fácilmente. Asimismo, recordemos que Darwin había tomado prestada de Malthus la inspiración más clara para entender la selección natural, y el eje de la argumentación de Malthus gira en torno a cómo las disponibilidades de recursos del medio condicionan el crecimiento o decrecimiento de las poblaciones. Malthus ha sido muy atacado, y los ecologistas muy a menudo también, por proporcionar argumentos maltusianos, sobre un punto crucial. Malthus preveía un desastre porque el crecimiento de la producción alimentaria era más lento que el de la población. Los críticos dicen que Malthus no pudo imaginar el potencial tecnológico de aumento de la producción que, en general, se ha mantenido por encima del de la población. Esta crítica refleja, en efecto, lo que ha pasado históricamente. Aun así, es difícil enterrar definitivamente a Malthus. La cuestión de los límites de la biosfera para mantener a los humanos y sus actividades ha estado presente constantemente. Hacia los años setenta del siglo pasado, el informe Meadows encargado por el Club de Roma sobre Los límites del crecimiento causó un gran revuelo.

Los ecólogos elaboraron este tema de la capacidad del medio para sustentar a una población determinada hace ya muchos años. La idea básica es que la población de cualquier especie, cuando no sufre limitaciones en cuanto a recursos, tiende a crecer de una forma exponencial; pero, cuando los recursos se vuelven limitadores, se produce una desaceleración del crecimiento del número de individuos, el cual tiende a estabilizarse alrededor de un máximo determinado por lo que denominan la capacidad de carga del medio concreto del que se trate para aquella población. Entonces, en lugar de una curva exponencial para el crecimiento de la población, tenemos una curva logística (véase la figura 1): la población llega a un valor K, que es el número máximo de población que puede vivir de forma estable con los recursos disponibles.

En este concepto no estamos lejos de Malthus: en definitiva, hay un momento en que el medio no puede sustentar a más población. Pero en el caso de la especie humana, lo que ha sucedido es que, continuamente, las innovaciones tecnológicas han aumentado la producción, o sea, la disponibilidad de recursos, de forma que K ha sido empujada más y más arriba. Esto ha sido espectacular durante el siglo XX, en el que la población humana ha podido quintuplicarse. Tras permanecer quizás ciento cincuenta mil años en una densidad muy baja, mientras que la gente se alimentaba de la cosecha y la caza, hace unos diez mil años la domesticación de plantas y animales permitió un primer gran salto demográfico y el paso a sociedades agrícolas y urbanas y a imperios militares, ya que había un gran excedente de producción de alimentos (por encima de lo que se necesitaba para alimentar a quienes cultivaban los campos, se ocupaban de los rebaños, recolectaban y cazaban).

En el siglo XVII, la implantación generalizada de nuevas técnicas agrícolas de regadío y cultivos múltiples permitió un nuevo salto demográfico. El libro de Malthus sobre la población es de 1798. Él veía que había un aumento de la producción, pero pensaba que el potencial de crecimiento de la población siempre sería superior y que, tarde o temprano, habría problemas de abastecimiento. De hecho los había, debido a la distribución desigual de los recursos, por lo que el problema de las pésimas condiciones de vida de la gente pobre le preocupaba mucho. Pero lo que Malthus no llegó a ver fue la explosión que, en la producción de todo tipo de recursos, llegaría a suponer la disponibilidad de combustible barato en cantidades casi ilimitadas, gracias a la explotación de los combustibles fósiles que empezaba a insinuarse en un futuro muy próximo cuando escribía su libro. No obstante, el concepto de que el mundo es limitado y únicamente una parte de los individuos de una especie logra los recursos que necesita, y el resto de individuos son eliminados, es la base de la selección natural.

La euforia del «progreso» que, producida por la energía barata, se inició con la era industrial hace menos de doscientos años ha continuado hasta hoy. Esta energía ha permitido no sólo mejorar las producciones locales, sino también realizar intercambios y explotar recursos en cualquier parte del mundo. A la vez, se han extendido problemas que antes eran limitados: las emisiones a la atmósfera, la deforestación, la desertización, que se agoten muchos recursos pesqueros... Se ha ido empujando a la K de la población humana hacia arriba, pensando que Malthus estaba muy equivocado al pronosticar que se agotarían los alimentos. Aun así, igual que, hasta ahora, siempre se ha encontrado la forma de aumentar los recursos, se ha ido forzando más y más el sistema. Actualmente, la población pasa de los siete mil millones de personas. Lo que la sustenta, lo que sostiene que, además, una parte en aumento de esta población viva en ciudades y sólo una parte pequeña permanezca dedicada a la producción de alimentos, es la energía barata. Hemos globalizado el ecosistema del que dependemos. El 95 % del transporte horizontal que permite esta situación depende del petróleo, un recurso que, actualmente, encontramos mucho más despacio de la rapidez con la que lo gastamos (un barril nuevo descubierto por cada tres gastados, aproximadamente). Esto hace que nuestra situación sea muy frágil.

Los desarrollos técnicos vinculados al precio en aumento del petróleo pueden hacer: a) que se intensifiquen las inversiones para buscar y refinar petróleo (hasta ahora no salía a cuenta y durante décadas se ha invertido poco, lo que puede explicar en parte que hayan mermado los hallazgos de nuevos yacimientos); b) que se exploten las grandes reservas de arenas y esquistos bituminosos (como los que hay, por ejemplo, en Canadá) y que se aumenten procesos como la licuefacción del carbón, cuyas reservas tienen un volumen muy importante, aunque el uso de estos tipos de combustible comportaría un gran aumento de las emisiones; c) que se extienda el uso de motores combinados y así promover un abanico de formas más sostenibles para producir electricidad. Si esto puede hacerse, las previsiones maltusianas volverán a quedar, cuando menos, aplazadas por un tiempo difícil de determinar.

Si no, el colapso del transporte llevaría a una caída repentina de la K, puesto que ahora confiamos en la comida y otros materiales producidos a miles de kilómetros, con consecuencias trágicas: habría un excedente de muchos millones de personas sobre la capacidad de los recursos para mantener a humanos en la Tierra. Sin duda, esto supondría hambrunas, guerras y epidemias, y un brusco descenso demográfico. Entonces, finalmente, deberíamos dar la razón a Malthus. Naturalmente, hay esperanzas de que esto no pase, pero no es imposible. De hecho, no hace falta que se agote el petróleo. Basta con que los precios sigan subiendo, por escasez o por especulación, y que las soluciones tecnológicas alguna vez lleguen tarde, cuando ya se haya producido el temido colapso. Globalmente, no ha pasado nunca, y esperamos que no pase, pero sí que ha ocurrido muchas veces en situaciones históricas concretas y locales.

Darwin y el cambio climático
Si continuamos disponiendo de energía más o menos barata, el riesgo al que nos tendremos que enfrentar es al del cambio climático. El hombre, dentro de su ecosistema globalizado, produce alteraciones de ámbito planetario. Las soluciones piden una mitigación de las emisiones, que implica cambios profundos en la economía, y un esfuerzo para detectar nuestras vulnerabilidades ante los procesos de cambio en el medio (no sólo el clima, sino también los océanos y la pérdida de biodiversidad).

Darwin, entendiendo la posición del hombre dentro de los sistemas ecológicos, se daría cuenta sin duda de lo que está pasando. Y es que Darwin había hecho muchos estudios geológicos y paleontológicos. Sabía que la vida sobre la Tierra ha tenido una historia dinámica, de continuos cambios. Él era un seguidor de Lyell, que en aquellos tiempos había dado una visión gradualista de estos cambios, contraria a la creencia generalizada de sus predecesores en los cambios catastróficos, de los cuales el diluvio bíblico era un paradigma clave. Darwin, durante su viaje a bordo del Beagle, buscó con FitzRoy pruebas del diluvio, pero acabó descartando la idea, a medida que observaba pruebas de múltiples cambios del nivel del mar atribuibles a fenómenos continuos, graduales, de levantamiento y subsidencia, en la línea de lo que decían los Principios de Lyell, obra que tenía como libro de cabecera.
Hoy en día, Darwin quizás debería revisar sus ideas gradualistas. Las grandes extinciones que hay en el registro fósil de la historia de la Tierra parece que evidencian al menos algunos procesos catastróficos, de los cuales se han dado varias explicaciones, la más conocida es la caída de un cometa o meteorito grande (que se podría haber repetido en varias ocasiones), con muchas pruebas a favor en el caso del final del Cretáceo. Darwin estaría preparado para entender que el hombre corre el riesgo de modificar el entorno en exceso, pero debería cambiar de idea sobre el gradualismo. Una idea muy apreciada por él, pero, como él mismo decía, se hartó de rechazar ideas apreciadas a medida que aparecían hechos que no se ajustaban a estas. Darwin seguramente hoy en día no sería un gradualista dogmático, aunque los procesos graduales sean los que dominan durante la mayor parte del tiempo. Alguien ha dicho que la historia de la vida en la Tierra se asemeja a la percepción que tienen los soldados de las guerras: largos momentos de tedio (cambios graduales lentos), sacudidos muy de vez en cuando por instantes de pánico (cambios repentinos). Este tipo de comportamiento es muy habitual en todos los sistemas complejos.

Las extinciones: ¿sería Darwin conservacionista?
Sin duda, teniendo en cuenta sus antecedentes como paleontólogo, y dada la enorme importancia que tienen para entender el proceso evolutivo, Darwin estaría muy interesado hoy en las extinciones, y en particular en la denominada sexta extinción, la que el hombre está generando, sobre todo por la vía de la destrucción de hábitats. Probablemente, se dedicaría, como siempre hizo, a recopilar montones de datos. Estos serían conflictivos. Las especies que se sabe con certeza que se han extinguido completamente por la acción humana son todavía pocas, y Darwin detestaba la especulación sin base factual. Entonces, seguramente se callaría y seguiría acumulando información. Pero, sin duda compartiría el dolor que muchos naturalistas expresamos al ver cómo se aniquilan parajes bellos en los que hemos visto muchas especies sorprendentes y fascinantes.

Darwin sentía una profunda fascinación y curiosidad por las adaptaciones de las especies a la vida en su entorno. Eso lo afirmó reiteradamente, y, sin duda, es una fascinación que tuvo mucho que ver con el desarrollo de la teoría de la selección natural, que explica precisamente la finura de las prodigiosas adaptaciones de los seres vivos. No podría ver la destrucción de ambientes vírgenes en cualquier parte del mundo sin experimentar este dolor. Cada hecho biológico de la forma de vida más insignificante que, para la mayoría de los hombres, es una minucia sin importancia, para Darwin era una maravillosa fuente de información y un camino de comprensión de la naturaleza. Para nosotros, que hemos tenido ocasión de comprobar cómo mucha investigación posterior a Darwin desvelaba inesperadas virtudes farmacológicas o fantásticas soluciones de ingeniería, tendría que haber, además del interés teórico, muchos intereses prácticos para defender la conservación de las especies y sus hábitats. Pero, en cualquier caso, es posible que la motivación más grande para la conservación sea el conocimiento que podemos extraer de todos los seres vivos y de la forma en que se relacionan. Y Darwin ha sido una de las personas, quizás la que más, que nos ha enseñado a ver lo que podemos aprender de los demás seres vivos. Combinó observación, experimentación y reflexión teórica y, con estas armas, se convirtió en el hombre que más ha contribuido a cambiar la forma de pensar de una cantidad inmensa de humanos.

Personalmente, creo que Darwin se sentiría muy motivado por el argumento del conocimiento como razón para conservar la biodiversidad. A menudo se habla de salvar un organismo, un paisaje o ente natural, como los bosques tropicales o los arrecifes de coral, como si salvar el mundo fuese una función de la humanidad. Más valdría enfatizar la expresión No destruyáis que la expresión Salvad. Para no destruir debemos hacer que el entorno tenga un alto nivel de prioridad entre nuestros valores. El discurso no puede ser sólo utilitario, ya que puede haber razones prácticas, como beneficios o puestos de trabajo, que ahora mismo suelen estar por delante del entorno en la escala de valores. Deberíamos preservar los sistemas de sustento de vida porque son esenciales para nuestra supervivencia y nuestra actividad, porque podemos esperar beneficios económicos de ellos en el futuro (salud, industria, alimentación, turismo, etc.) y también, como decía, porque extraeremos muchos conocimientos de ellos.

Sobre la ética y la conservación
La conservación y la explotación de la biodiversidad generan conflictos de intereses. La explotación de la diversidad de los países pobres por parte de los ricos contribuye a enriquecer a los segundos aún más y a aumentar la desigualdad. La valoración de la biodiversidad como una propiedad de los países en los que esta se encuentra puede ayudarlos a desarrollarse (cambio de protección de la naturaleza por deuda externa o convenios de participación entre países biodiversos y países o empresas tecnológicamente avanzados en los beneficios obtenidos por la explotación de la biodiversidad). En cualquier caso, en el fondo, el conflicto se produce entre unos intereses supuestamente universales, defendidos por ciertas ONG y algunos organismos internacionales, unos intereses particulares de empresas –que pueden querer explotar la biodiversidad para sacar provecho de ella o considerar la biodiversidad como un impedimento para la realización de otras operaciones (mineras, energéticas, etc.)– y, finalmente, los intereses de las poblaciones locales (a menudo divididos por clases sociales). En cada uno de estos niveles se considerará que se defiende un punto de vista práctico. Por eso, con los argumentos prácticos no basta. Más allá de la reflexión práctica, es necesario pasar a la ética.

No es que la ética no tenga en cuenta las razones prácticas, al contrario, la ética lo que hace es decidir qué interés debe prevalecer. No hay valores éticos absolutos, la ética es una construcción cultural, quizás sobre unas raíces biológicas remotas, como la necesidad de garantizar la transmisión de genes, la seguridad del grupo y otras cosas muy básicas. A partir de este tronco común, la ética se diversifica, como las culturas. Hay grupos humanos que creen que la destrucción de cualquier vida es perversa y, por lo tanto, niegan al hombre el derecho a eliminar especies del planeta, pero otros no se plantean esta cuestión.

Darwin, en su Autobiografía, explica que, de pequeño, cuando hacía colecciones de insectos se planteaba si no debería limitarse a recoger insectos muertos, porque sus hermanas le habían convencido de que no estaba bien matarlos sólo para hacer una colección. De joven practicó mucho la caza, pero también esto le produjo alguna inquietud de carácter ético. Durante el viaje en el Beagle, acabó dejando que su ayudante se encargara de la obtención de ejemplares, indispensable para el estudio, en parte para ganar tiempo de trabajo, pero en parte por una creciente repugnancia a matar. No fue un pionero en el sentimiento de desazón por la muerte de seres vivos.

De hecho, la mayoría de culturas rechazan la destrucción gratuita, sea por placer o por negligencia, de cosas o de vidas. La valoración cambia cuando hay alguna necesidad imperiosa, e incluso la destrucción de vidas humanas se justifica en función de intereses colectivos en las guerras o en la aplicación de la pena de muerte. ¿Por qué no debería estar justificada la destrucción de espacios naturales o de otros organismos que no sean el hombre? Los campesinos pobres que queman la selva para cultivarla y dar de comer a sus hijos no pueden ser juzgados como la gran empresa que lo hace para abrir una explotación de minas, pongamos por caso. En ética, que es un código de coexistencia, los aspectos colectivos deben predominar sobre los aspectos particulares (excepto si lo que es aparentemente individual representa, en realidad, un bien mayor colectivo, o sea, cuando el derecho del individuo se extiende, en realidad, a todos los individuos).

¿Es aceptable la destrucción si tiene finalidades como la supervivencia propia y de la familia? Al fin y al cabo, gran parte de la deforestación tiene este origen: la explosión demográfica y los conflictos bélicos tienden a dispersar la presión humana en ámbitos que antes estaban poco penetrados por la actividad humana. ¿Puede construirse una ética que ponga en primer lugar la defensa del medio, cuando hay tantas razones sociales para que la fuerza mayor del hambre o la miseria acaben postergando sus argumentos? Para mucha gente, resulta evidente que la destrucción de la selva para hacer nuevos cultivos es aceptable, vista la situación de necesidad de los causantes. Supongo que un jurado moral tendría que absolver a los pobres campesinos que intentan sobrevivir, y aun así su comportamiento se podría considerar contrario a una ética que valorase en alto grado la defensa de la naturaleza. ¿Puede construirse una ética en unas condiciones en las que, tan a menudo, su vulneración debe ser excusada por razón de necesidad mayor?

¿Podemos atribuir un derecho inherente a la vida a las otras especies y a los sistemas ecológicos? No existe una moral transcultural aceptada por todos (que es lo que J. A. Marina ha definido precisamente como ética). Cuando se dice que toda vida tiene un derecho inherente a ser respetada, salen inmediatamente los vectores de la malaria o el virus de la viruela, y si debemos dejar de comer plantas y animales. Por eso vuelvo al argumento del conocimiento. La conservación de cualquier forma de vida, incluso las nocivas para el hombre, tiene interés desde el punto de vista del científico, ya que cada especie es un tesoro de conocimiento potencial. Como el deseo de conocer es una característica vital de nuestra especie, preservar objetos de conocimiento podría ser considerado un interés colectivo de la humanidad, y tendríamos un argumento ético más aceptable que la asignación de un derecho inherente a seres o cosas no humanos.

Sin embargo, no todo el mundo entiende el interés científico, que es colectivo. Cualquier especie, por más que sea perjudicial para el hombre o para sus intereses, es fascinante como objeto de estudio para un científico con curiosidad. Así que mi opinión, o seguramente la de Darwin, quizás no tiene una verdadera base ética, sino que refleja mis intereses o curiosidades. Seguramente, a los filólogos les pasa lo mismo con las lenguas. Quizás confundimos nuestros valores, en los que el deseo de aprender o la curiosidad son vitalmente importantes, con lo que sería una norma extensible a toda la humanidad. No lo sé. El argumento es que cualquier cosa digna de ser estudiada y de proporcionarnos conocimiento es un bien superior que es necesario conservar, porque el conocimiento es esencial.

En resumen, los argumentos para una ampliación de la ética hacia la cuestión ambiental pueden basarse: 1) en los peligros (en gran parte desconocidos y difíciles de medir) de la destrucción de hábitats y especies por la humanidad, 2) en la conveniencia de seguir aprendiendo de la vida en todas sus manifestaciones, o 3) en un supuesto derecho inherente a cualquier especie a luchar por su vida (y, por lo tanto, la limitación de nuestro derecho a decidir sobre ella). Todos estos argumentos coinciden en una postura no antropocéntrica, ya que tienden a ver, de acuerdo con la ciencia actual, al hombre como parte de sistemas ecológicos más amplios, cuyo mantenimiento, por lo tanto, nos interesa mucho. Quizás la raíz de la posible extensión de la ética sea que el interés humano colectivo y el interés de los ecosistemas y la biosfera coinciden. Para el hombre es vital que los procesos ecológicos funcionen bastante bien y es también vital seguir aprendiendo de la vida; por eso la protección de los sistemas de apoyo de la vida tiene un valor superior a los intereses más particulares, sean de empresas, grupos humanos o sociedades enteras. Si esto es cierto, no haría falta, creo, recurrir al esencialismo de asignar derechos inherentes a cosas o seres no humanos.

Una vez llegados a este punto, seguirá resultándome imposible condenar moralmente al campesino desesperado si quema la selva o caza gorilas. Hace tiempo que el reto está planteado: conservación del entorno y dignificación de la vida humana deben avanzar en paralelo. Si no, ninguna ética o ampliación de la ética por el medio ambiente será defendible. Se trata, tal y como dice la definición de desarrollo sostenible, de aumentar el bienestar de las poblaciones humanas sin disminuir las posibilidades de las generaciones futuras: sostenibilidad, sí, pero desarrollo, también.

La biodiversidad es el resultado de la evolución, y, por lo tanto, de la historia. Muchas especies han desaparecido; aunque muchos científicos darían lo que fuese por encontrar vivo a algún representante de la fauna de Ediacara o de Burgess Shale o un dinosaurio, el hecho es que especies, géneros, familias y phylla enteros se han extinguido. Lo han hecho quizás el 99 % de las especies que han existido. En algunos períodos, las tasas han sido muy elevadas, y esto se ha asociado en ciertos casos a catástrofes concretas, pero incluso en períodos normales se han encontrado tasas de extinción no nulas. Asimismo, el ritmo de aparición de nuevas especies es fluctuante, y, en conjunto, la biodiversidad sobre el planeta ha cambiado a lo largo del tiempo. Es decir, es posible mantener una biosfera con niveles diferentes de biodiversidad. ¿Se puede hablar de unos límites mínimos tolerables, y condenar las destrucciones sólo más allá de estos límites?

Aquí pasa un poco como con la radiactividad: se aceptan unas normas, unos umbrales de peligrosidad, pero el hecho es que, científicamente, no hay forma de establecer estos límites. Cualquier radiactividad puede ser nociva, incluso a niveles muy bajos, y lo que se recomienda es que la radiactividad soportada sea lo más baja posible, que no es decir mucho. Aun así, hay una radiactividad ambiental inevitable. También hay unas tasas inevitables de extinción, y seguramente cada extinción individual tiene efectos sobre el conjunto. Podemos establecer un nivel máximo tolerable de extinción, como se ha hecho con la radiactividad, pero sería una decisión convencional. Los científicos se inclinarían por no aumentar las tasas «naturales» de extinción. Por otro lado, para el funcionamiento de los ecosistemas hay especies más importantes y otras que lo son menos, aunque casi nunca sabemos medir esta importancia dada la complejidad de los ecosistemas. En resumen, no podemos establecer unos límites absolutos más allá de los cuales la pérdida de diversidad debe considerarse intolerable, ni hacer una lista de especies prescindibles.

Es necesario poner la no destrucción de hábitat y especies (no destruyáis) en un alto nivel dentro de la escala de nuestros valores, y esto último se asocia, como he dicho, a una ética menos antropocéntrica. Aquí sí que parece que la tendencia general de la ciencia, y en particular la ciencia ecológica, pueden servirnos de orientación. Como hemos visto, la ecología da, después de Darwin, un nuevo paso para rebasar el antropocentrismo: el hombre es parte de la naturaleza, está integrado en los sistemas naturales. Se trata, por lo tanto, de construir una ética, o una extensión de la ética, sobre la base de que el interés humano colectivo (el de la humanidad en general) y el interés de los ecosistemas y la biosfera, de los que dependemos y en los que nos integramos, coinciden, y tienen un valor superior al de los intereses más particulares, de grupos humanos, sociedades o empresas. Yo me apuntaría fácilmente a una opción de este tipo (ya que conviene a mis preferencias y curiosidades; además, sería una buena base para articular políticas respetuosas con el entorno) y seguramente Darwin también lo haría; pero dudo del fundamento filosófico si la defensa de la naturaleza, definida como un valor abstracto, se enfrenta a necesidades elementales de poblaciones humanas. Las políticas respetuosas con el entorno están obligadas a superar este conflicto moral solucionando a la vez preservación y dignificación de la vida humana.

Razón y emociones en la conservación
Finalmente, aún hay algo que se puede añadir a los argumentos basados en la supervivencia y el conocimiento. El hombre es un ser en el que las emociones tienen un papel fundamental. Darwin dedicó un libro a la expresión de las emociones en el hombre y en los demás animales, convencido, con razón, de que las emociones y su expresión son producto de la evolución por selección natural. La estética se relaciona con la emoción (y la ética, claro está). En este contexto, la estética puede entrar al menos desde dos puntos de vista. Uno consiste en que no sólo hay funciones y conocimientos que sean necesarios preservar en la naturaleza, sino también belleza. Es la belleza de los parajes naturales la que, en primer lugar, ha contribuido al hecho de que se tomasen medidas de protección y no hay razones para pensar que no siga siendo así. Los parajes bellos o los animales más espectaculares motivan movimientos de defensa más intensos. Es cierto que la belleza no siempre es un criterio directamente relacionado con la importancia funcional o el interés científico, pero resulta evidente que la belleza interesa a los hombres. A todos.

El segundo punto de vista es tópico, vivimos en el mundo de la imagen, y a menudo es más importante la imagen que se da que lo que hay detrás. En la publicidad, la finalidad propia es dar a conocer un producto y crear una imagen positiva de él. Y aquí hay algo parecido a una preocupación estética. Muchas empresas, a menudo poco respetuosas en la práctica con el medio, intentan dar la imagen opuesta, de ofrecernos naturaleza. Nos agobian con anuncios de automóviles «cuatro por cuatro» enmarcados en una naturaleza impresionante, cuando el éxito del producto y la proliferación de estos vehículos constituye, en realidad, una terrible amenaza para el medio. Se vende naturaleza, cuando en realidad se está incitando a destruirla. Si la emoción estética puede ser una motivación positiva para la protección del medio, la emoción manipulada puede resultar un enemigo temible. Está claro que siempre es así en el mundo de las emociones. Por eso es tan importante que aprendamos a ver la fealdad del engaño tras la atracción de una publicidad engañosa, o a avergonzarnos (es decir, a adquirir una visión negativa de nuestra propia imagen) si manipulamos interesadamente los temas ambientales.

Ética y estética son difíciles de disociar, puesto que nuestro comportamiento lo juzgan los demás por la imagen que damos. Por lo tanto, cuando algún valor es socialmente aceptado y reconocido, es más difícil atacarlo, si no por convicción propia al menos por la imagen que queremos dar. Así que, si no nos sale ser ambientalmente correctos por convicción, hace falta hacer que lo seamos por estética, para parecer correctos y bien educados. En esto reside la presión de la sociedad. Ha funcionado siempre con una potencia enorme en la regulación de las conductas dentro de sociedades pequeñas. El mecanismo puede quedar más desvirtuado cuando quien actúa son sociedades anónimas y multitudes impersonales, pero en este aspecto la educación del consumidor debe tener un papel decisivo. La educación puede reforzar los mecanismos de control social, en unas condiciones en las que estos tienden a desintegrarse. A medida que el poder se desplaza hacia fuerzas económicas impersonales y cada vez más lejanas, y que muchos políticos, carentes de opciones reales porque la economía está en otras manos, pasan de proponer ideas sobre cómo gobernar a proponer una imagen atractiva sin ideas, sólo una atenta presión social puede contrarrestar estas tendencias para exigir conductas cada vez más respetuosas con el medio.

Conclusión
Hay muchas iniciativas internacionales dedicadas a frenar la destrucción de la biodiversidad. El primer factor de destrucción es la proliferación de la especie humana y el impacto de sus actividades en cualquier parte del planeta, que está determinando una transformación rápida de los hábitats y los usos del suelo, y a la vez una alteración de la atmósfera y el clima. Los países ricos pueden diseñar políticas de gestión más conservacionistas, delimitando áreas protegidas y redes de conexión, protegiendo especies concretas y limitando o prohibiendo actividades que se consideran nocivas para el medio; pero los principales lugares en los que se libra la batalla son los países pobres de la zona tropical. Hay muy pocas soluciones. La cuestión de fondo es la asimetría entre países pobres y ricos. A menudo, las mismas empresas y personas que tienen un comportamiento respetuoso en Europa, en Japón o en Estados Unidos son depredadoras en el Tercer Mundo. El proceso destructivo tiene, en primer lugar, causas socioeconómicas, y son necesarias soluciones muy imaginativas y solidarias para atacarlas. Ahora, las estrategias apuestan por abordar el tema desde una óptica mucho más amplia, que considere los drivers o conductores del cambio (en primer lugar socioeconómicos y también climáticos) y, por lo tanto, que integre soluciones que vayan mucho más allá de la delimitación de espacios que es necesario proteger y la implementación de medidas técnicas. También se ha modificado la idea de la conservación en zonas isoladas, ya que la fragmentación es un factor de pérdida de diversidad y de fragilidad de la diversidad delante de sus cambios ambientales. Es necesario diseñar estratégias de un cierto grado de conservación en todo el territorio, con especificaciones más concretas en ciertas areas, y un grado satisfactorio de permeabilidad en el conjunto del planta.

Las cosas, además, se han complicado. Estamos asistiendo a procesos de cambio en el funcionamiento de los ecosistemas que no se acaban de entender. Cambios muy pequeños en apariencia, por ejemplo en la temperatura o la acidez de los océanos, acompañan altibajos importantes en la composición de los ecosistemas, como los problemas de los corales, la proliferación de medusas, etc. La conservación no podrá consistir en poner aparte una parte del planeta para que no se estropee, porque hay procesos de ámbito planetario que están cambiando y la conservación deberá de ser una gestión de abastecimiento muy amplio que, en gran parte, no podemos hacer por ignorancia, y quizás, por una real incapacidad práctica.

Quizás, más que imaginar que pensaría Darwin de los problemas actuales del medio, el que habríamos de hacer es pensar como aprovechar las enseñanzas de Darwin, para hacer mejor las cosas. Darwin nos enseñó alguna cosa sobre como somos y de donde venimos. Esto nos puede ayudar a decidir hacia donde vamos, y cómo.



Jaume Terradas Serra es miembro del CREAF y Unidad de Ecología, Universidad Autónoma de Barcelona
Revista Medi Ambient (GenCat)

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Entrevista con Federico Aguilera Klink

LA TOMA DE DECISIONES SOBRE EL AGUA TIENE QUE SER DEMOCRÁTICA

Entrevista con Federico Aguilera Klink sobre la nueva economía del agua
"La nueva cultura del agua asume que la escasez está socialmente construida y que la toma de decisiones tiene que ser realmente democrática"

Federico Aguilera Klink, profesor de economía de los recursos naturales y del medio ambiente y de economía ecológica, es catedrático de economía aplicada en la Universidad de La Laguna. Fue Premio Nacional de Economía y Medio ambiente “Lucas Mallada” en 2004. Sus ámbitos de investigación son la economía del agua, la economía ecológica y la calidad de las decisiones y problemas ambientales. Entre sus publicaciones más recientes cabe citar Los mercados del agua en Tenerife, Bakeaz, Bilbao, 2002 (en colaboración con Miguel Sánchez Padrón); Los costes sociales de la empresa privada (antología de K. W. Kapp), Los Libros de la Catarata (colección Pensamiento crítico), 2006, y Calidad de la democracia y protección ambiental en Canarias, Fundación César Manrique, 2006.

En tu último libro La nueva economía del agua -Los libros de la catarata, Madrid, 2008- hablas del agua como un activo económico, ecológico y social. ¿Podrías explicar las características centrales de esta aproximación trinitaria?

Lo que intento es salir de una perspectiva en la que sólo cuenta una dimensión del agua como algo que es necesario para que funcionen las actividades económicas y los ríos se consideran tubos que canalizan esa agua evitando que se pierda en el mar gracias a los embalses.
Por eso insisto en una mirada más sistémica y multidimensional en la que el agua cumple diferentes funciones que, además de ser necesarias, tienen que ser compatibles.

¿Y qué funciones son esas que tienen ser compatibles entre sí?

Los ríos tienen que seguir siendo ríos y cumplir sus funciones ambientales o de soporte de la vida hasta llegar al mar y cerrar el ciclo del agua. A su vez, el ver y sentir los ríos como ríos es fundamental para un psiquismo sano y para no perder, como señalaba Goethe hace dos siglos, la conciencia de nuestra dependencia de la naturaleza. Ser conscientes de esta dependencia de la naturaleza y, de manera más amplia, ser realmente conscientes de nuestras acciones es algo, como señala Jung, necesario para la supervivencia de la humanidad.
Por otro lado, mientras el agua tenga una calidad determinada puede seguir siendo un recurso y cumplir esas funciones entre las que hay que incluir la de factor de producción entendido no sólo como una cantidad física sino como el derecho a llevar a cabo una lista limitada de actividades y el deber de devolverla o retornarla en las condiciones necesarias para evitar el deterioro del río, del acuífero o del mar, es decir, para mantener el buen estado ecológico como señala la Directiva Marco Europea del Agua.

¿En qué consistiría la nueva cultura del agua? ¿En que consistía la vieja cultura del agua?

Hay tres aspectos que permiten establecer una distinción adecuada entre ambas sin extenderse demasiado. La vieja cultura del agua parte de que la escasez es, siempre, física por lo que siempre es necesario construir más embalses y trasvases (o plantas desalinizadoras de agua de mar), siendo la toma de decisiones habitualmente autoritaria, aunque los decisores hayan sido elegidos en elecciones digamos democráticas. Por el contrario, la nueva cultura del agua asume que la escasez está socialmente construida, lo que significa que no hay gestión del agua sin gestión del territorio y que la toma de decisiones tiene que ser realmente democrática, basada en el debate público y en contar con la gente que, habitualmente, tiene mucho que decir. De nuevo, para la vieja cultura un río es un tubo y para la nueva un río es un organismo vivo integrado en su cuenca y que tiene que llegar al mar.

Pero esa consideración de que siempre es necesario construir más embalses y trasvases o más plantas desalinizadoras, en ocasiones no infrecuentes es defendida por los propios agricultores, por esa gente a la que te referías y que tiene mucho que decir.

Sí y no. Siempre hay que contar con la gente pero eso significa que debatir y argumentar es clave para evitar manipulaciones. En la actualidad se sigue utilizando al pobre agricultor como excusa para beneficiar a los grandes inversores agrarios y a los cazaprimas de subvenciones pero ya no hay pobres agricultores. Y si los hubiera, habría que diseñar políticas agrarias para ellos siempre que se reconviertan a la agricultura ecológica que, por cierto, es la que menos ayudas recibe y la que genera un impacto ambiental más bajo y unos beneficios sociales cada vez más elevados, al evitar el uso de pesticidas y no contaminar aguas y suelos.

En el primer capítulo del libro sostienes que la escasez de agua no es de carácter físico sino que está socialmente condicionada. ¿Qué condicionamientos son esos? ¿Acaso afirmas que no hay escasez física de agua en alguna zonas del país?

Inicialmente la escasez puede ser física, es decir, que llueve poco, como ocurre en Lanzarote o Almería. El problema es que esa escasez puede llegar a convertirse en una escasez socialmente construida o condicionada si decidimos que no hay límite a la agricultura o a la construcción de urbanizaciones y hoteles. Así pues, da igual que construyamos embalses, trasvases o plantas desalinizadoras. Nunca será suficiente. Acabaremos con los ríos y transformaremos la escasez física de agua en escasez socialmente construida y en escasez de energía. No olvidemos que las desalinizadoras funcionan con petróleo. Lo mismo puede ocurrir en zonas lluviosas si se trata de implantar un uso del territorio que genere una necesidad insaciable del agua.

Y esos condicionamientos sociales a los que haces referencia, ¿ocultan intereses de clase o son más bien ensoñaciones sociales de carácter general?

Pueden ocultar intereses de clase y también de lógica capitalista y económica de sistema cerrado a la que no le importa en absoluto ni la naturaleza ni las personas por lo que no se hacen responsables de los costes que generan. La mayoría de los agricultores cree, o se le ha hecho creer, que tiene derecho a recibir agua, viva donde viva. Creo que hay una gran parte de inconsciencia en esa actitud ante el agua que no es ajena a manipulaciones políticas como el famoso eslogan de "Agua para todos".

¿Qué papel debería jugar la ciencia en la toma de decisiones en este ámbito? Tú sostienes que no cuestionas su necesidad sino el papel que juega. ¿Cuál debería ser entonces su papel?

La buena ciencia nos tendría que ayudar a entender cuál es el problema, lo que se supone que nos permitiría vislumbrar soluciones adecuadas, pero la toma de decisiones en este tipo de problemas no es ajena a la política, por eso insisto en el debate público y en procedimientos democráticos que permitan a la gente participar realmente y de manera vinculante. Si no es así, lo que ocurre es que las decisiones políticas se transforman en decisiones arbitrarias, sin argumentos adecuados y que benefician a determinados intereses sin resolver razonablemente el problema, pues no es lo que les interesa. De hecho es lo que lleva tiempo ocurriendo con el agua pues se ha convertido, desde hace décadas, en una excusa para construir costosas e innecesarias obras públicas que sólo benefician a las eléctricas, a las grandes constructoras y a destacados grupos empresariales agrarios.

Usas en varios apartados del ensayo el concepto de democracia deliberativa. ¿Qué tipo de democracia es ésa? ¿Es opuesta o complementaria a la democracia electoral?

Entiendo que la democracia se está reduciendo, cada vez más, a celebrar elecciones de vez en cuando. Es lo que yo llamo ¡vota y calla! Frente a esta situación es necesario regenerar la democracia e insistir en que la legitimidad democrática no se obtiene sólo por las urnas sino por la manera de tomar las decisiones. Los políticos que toman decisiones arbitrarias, es decir, sin contar con la gente, sin argumentar y razonar adecuadamente, sin someterse a debates públicos en los que expliquen qué problemas quieren resolver y cómo y sin aceptar que puede haber otras formas de plantear y diagnosticar problemas y ofrecer soluciones, carecen de la legitimidad democrática de comportamiento.
Desde mi punto de vista, la democracia electoral es sólo un componente, pero no el más destacado, de la democracia. Sobre todo si se tiene en cuenta que no sabemos cómo se financian los partidos, que las leyes electorales distan mucho de darle el mismo peso a cada voto y que los programas electorales son papel mojado.

En el tercer capítulo del libro hablas de gestiones autoritarias y gestiones democráticas del agua. ¿Cuándo una gestión es autoritaria? ¿Cómo debería ser una gestión democrática del agua? ¿Conoces alguna experiencia que pudiera ser calificada así?

Una decisión autoritaria es aquella que da la solución antes de definir de manera argumentada cuál es el problema que se quiere resolver, a ver si cuela. Esto suele pasar con los megaproyectos pero no sólo con ellos. Ahí tenemos los diferentes proyectos de trasvases del Ebro, entre otros. Luego se trata de legitimar esa solución como fruto de un trabajo experto que, habitualmente, no es nada más que un encargo a la carta. Si, finalmente, la gente rechaza esa solución porque el problema no existe tal y como es definido, se suele recurrir a la declaración de interés público para acabar cuanto antes a la vez que se intimida y descalifica a los que se oponen a esos proyectos. Esta es la pauta habitual de una decisión autoritaria.

Y en cuanto a la experiencia que te pedía


Lo lamento pero no conozco casos de gestión o decisión democrática. Estamos en un momento en el que domina un uso confuso y vacío del lenguaje en el que todo disparate se adorna de términos como sostenible, ecológico o participativo. Ahora, disparates como la Expo de Zaragoza se autocalifican en esa línea cuando realmente no tienen nada que ver con ello. Y cualquier Ayuntamiento o Gobierno Autonómico tiene su gabinete u oficina de participación ciudadana sin que la gente pueda realmente participar. No es nada más que una tomadura de pelo.
La gestión democrática tendría que empezar por financiar y facilitar la participación pública, durante el tiempo adecuado, para compartir el diagnóstico sobre el problema a resolver. Después vendría el estudio de las alternativas, también con la gente. En la actualidad, los políticos sólo aceptan un cierto debate si la gente es capaz de movilizarse.

¿La Expo aragonesa un disparate? ¿Puedes precisar un poco tu comentario?
La Expo no tiene nada que ver con la gestión sostenible del agua. ¡Con todo lo que hay que hacer en España para tomarse en serio la gestión del agua y del territorio y sólo se les ocurre una Feria del Agua! Son capaces de gastarse cientos de millones de euros en farándula del agua con tal de no abordar los problemas que hay que resolver. Mientras tanto, no se incentiva el cambio de prácticas agrarias, se lamenta la crisis del ladrillo y el gobierno lanza un plan de 20.000 millones de euros para limpiar los ríos que, así, se podrán seguir ensuciando anualmente para cumplir con la Directiva Marco. Todo esto no es nada más que otro megaproyecto sin sentido ambiental y financiado con fondos públicos, pero seguro que montarán más Expos sostenibles en los próximos años.

¿Qué papel crees que debería jugar la Administración pública en la gestión del agua en España? ¿Abonas por un modelo unitario, federal, confederal?

El papel que apenas ha jugado hasta ahora. José Luis Moreu, Catedrático de Derecho de la Universidad de Zaragoza, lleva tiempo diciendo que a la administración pública del agua en España nunca se le ha permitido ejercer esa administración pues ha estado legalmente maniatada en beneficio de los grandes intereses agrarios. Esa administración hidráulica es por Cuencas y pienso que debería seguir siendo así, pero, de nuevo, con argumentos y participación no ceremonial. Hace unos meses, Jerónimo Blasco, actual teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zaragoza, reconoció en una Tribuna del agua, organizada con motivo de la Expo de Zaragoza, que la cantidad de agua que el Estatuto de Autonomía de Aragón se blindaba se había calculado sin criterios, simplemente ?a ojo?. No hubo ningún argumento ni ninguna estimación razonada previamente, se puso una cantidad como se podía haber puesto diez veces menos o mucho más. Esto es lo que hay.
En cuanto al modelo, sinceramente me da igual el que sea si, al final, no se exigen argumentos razonados pues vale todo. Incluso la unidad de cuenca carece de sentido si no se hace una gestión razonada en cada una. En este sentido, me preocupa mucho ver que cada vez hay más agricultores que están deseando vender el agua pública que tienen en concesión porque les resulta más rentable que cultivar, cuando lo que tendrían que hacer es devolver la concesión a la Confederación Hidrográfica correspondiente. Aunque quizás lo que ocurre es que hace ya muchos años que no cultivan y el gobierno no quiere actualizar las concesiones (¿dónde está el Programa Alberca que las iba a actualizar?) para no tener conflictos. Así no hay nada que hacer. Seguimos en el España va bien.

Se ha discutido estos meses en torno al trasvase del Ebro (minitrasvase, se ha dicho; movimiento de aguas y eufemismos similares) para paliar la actual sequía en Catalunya. ¿Qué opinión te merece la opción y las formas en que ha sido tomada?
La opción me parece errónea y muy costosa. Narcis Prat, Catedrático de Ecología de la Universidad de Barcelona, ha planteado alternativas más razonables como la adquisición temporal de agua a agricultores próximos a Barcelona. Pero no se le ha escuchado. Tampoco se ha escuchado a la Plataforma en Defensa del Ebro en Tortosa. Por eso entiendo que esta decisión es un buen ejemplo de decisión autoritaria. Y no sólo eso. Se ha hecho público que Cristina Narbona presentó un Informe en el que argumentaba en contra de este minitrasvase, informe que no se ha difundido. Así es que hay dudas más que razonables sobre la necesidad de esta opción y sus posibles beneficiarios.

¿Y por qué crees que no se ha difundido ese informe? ¿Crees que puede tener algo que ver esa posición de Narbona con su no presencia en el nuevo gobierno?
No lo sé. Narbona ha sido la única persona que ha llegado al Ministerio de Medio Ambiente sabiendo del tema. Otra cosa es lo que haya hecho o le hayan dejado hacer. Todos los demás han llegado sin saber nada y con el objetivo claro de que el Medio Ambiente no obstaculizase a la economía y al crecimiento del PIB, como pasa con las Consejerías autonómicas del ramo. De todas maneras creo que un Ministerio o una Consejería de Medio Ambiente carecen de competencias reales, es decir, son adornos, en un contexto en el que el resto de los Ministerios están obsesionados por el crecimiento económico y por el PIB que, como dice Mishan, es un indicador de velocidad pero no de dirección. Así pues, ¿Qué puede hacer un Ministerio de Medio Ambiente cuando lo que hay que hacer es cambiar la economía y empezar a moverse hacia una economía sostenible o compatible con el medio ambiente? Muy poco, sólo hacer creer a la gente que estas cuestiones les interesan.

¿Observas diferencias destacables entre la gestión hidráulica de los gobiernos del PP y la que ha llevado el PSOE en estos últimos años?

No demasiadas. Es cierto que hay una muy importante que es la derogación ?temporal? del trasvase del Ebro. Aparte de ella poco se ha hecho para poner orden en cada cuenca. Se mantiene el Anexo II de obras hidráulicas en el decreto de derogación y, además, se ha incluido algún embalse más como el de Caleao en Asturias que carece de argumentos. Ya sé que no es fácil cambiar la política hidráulica en poco tiempo pero muchos esperábamos que la declaración realizada por Zapatero en el discurso de investidura en 2004 sobre la aplicación de una nueva política del agua iba en serio, aunque suene a ingenuidad. Sin embargo se cesó a Helena Caballero que estaba tratando de poner cierto orden en la Cuenca del Duero. Por otro lado, creo que la orientación del nuevo Ministerio da a entender que va a haber poca gestión del agua y posiblemente se desande lo andado.

En el último capítulo de tu libro, estableces un paralelismo entre la transición política española y la necesidad de hacer esta transición, aún pendiente, en el tema del agua. ¿Crees que es posible? ¿Hay fuerzas políticas, ciudadanas que abonen esta perspectiva? ¿No es más bien tu propuesta una ensoñación, un hermoso deseo?

Creo que es posible pero muy difícil, obviamente. Aunque no lo veo como una ensoñación. Estoy convencido de que esa transición es necesaria. De hecho, la auténtica ensoñación es pensar que podemos seguir creciendo sin límite y seguir construyendo más embalses y pantanos. Si no asumimos esa transición, el cambio climático y el cénit del petróleo nos harán bajar de las nubes y poner los pies en el suelo, lo que podrá generar una transición conflictiva y dolorosa. Tiempo al tiempo.

Hablas en varios momentos de la dictadura de las constructoras. ¿Qué dictadura es esa? ¿Dónde ejerce su dominio? ¿No tienen contrapesos?

Esa es una expresión muy lúcida del periodista Carlos de Prada que titula así un artículo suyo y que hace un análisis muy claro de la relación entre constructoras y decisiones políticas. Las constructoras y SEOPAN, como acabamos de constatar hace poco, tienen un enorme poder para imponer decisiones y reglas de juego. No es casual que el PP presente su Plan Hidrológico Nacional en el año 2000 en la sede de SEOPAN en Murcia, aunque a mí me parece una enorme torpeza que agradezco. Tampoco es casual que Zapatero presente el Plan Especial de Infraestructuras y Transporte en La Moncloa invitando a la plana mayor de SEOPAN y a los sindicatos. Son gestos e indicadores muy simbólicos sobre quién tiene el poder y que evitan perder el tiempo buscando conexiones entre empresarios y políticos.

Entonces, si me permites que me salga del guión, ¿qué opinión te merece que el señor David Taguas, ex director de la oficina económica del gobierno del señor Zapatero, sea contratado, y él acepte la contratación claro está, de SEOPAN?

Refleja muy adecuadamente el papel que juega SEOPAN y la subordinación del gobierno. Algo parecido, pero al revés, pasó con Benigno Blanco, como cuenta Carlos de Prada, al pasar de ser Jefe de los Servicios Jurídicos de Iberdrola a ser Secretario de Estado de Aguas. Adam Smith ya decía que el gobierno está instituido por los ricos para defenderse de los pobres. Y Tomás Moro, en 1516, escribía lo siguiente:
La sociedad existente no es sino una conspiración de los ricos para conseguir sus propios intereses so pretexto de organizar la sociedad. Inventan todo tipo de trucos y estratagemas, primero para mantener sus beneficios obtenidos y después para explotar a los pobres comprando su trabajo tan barato como les sea posible. Una vez los ricos han decidido que estos trucos y estratagemas sean reconocidos oficialmente por la sociedad -que incluye tanto a pobres como a ricos- adquieren fuerza de ley. Así, una minoría sin escrúpulos se rige por su insaciable codicia de monopolizar lo que habría sido suficiente para suplir las necesidades de toda la población.

Hemos cambiado menos de lo que parece ¿Verdad? Sería interesante conocer quién nombra a los ministros o a los cargos relevantes en cada ministerio y con qué objetivos.

El mercado, en general, no sale bien parado en su libro. Sin embargo, sigue siendo un dios intocable no sólo para las grandes corporaciones sino también para muchos políticos y numerosos economistas. ¿Qué tienes en contra del mercado como método de asignación de recursos? ¿Por qué crees que sigue planeando urbi et orbe esta divinización?
A mí me parece que más que salir mal parado lo que hago es tratar de ponerlo en su sitio, es decir, mostrar que no es nada más que un mecanismo cuyo funcionamiento y resultados dependen del marco institucional. Otra cosa es que a los estudiantes de economía se les enseñe, erróneamente, que el mercado es sólo la interacción entre Oferta y Demanda sin hablarles de dicho marco. Por eso me voy a Adam Smith porque él si tenía muy claro qué era y es un mercado y cómo los empresarios tienen interés en ampliar el mercado (los consumidores potenciales) pero sin ampliar la competencia. A Smith se le ha despachado muy rápido como el de la mano invisible pero es un observador muy lúcido del poder, de lo que es el mercado y de cómo los grandes empresarios pueden imponer sus reglas en contra de la sociedad pero en nombre del hipotético mercado, tal y como ocurre actualmente pues se habla del mercado como algo impersonal, “el mercado decide”- sin mencionarse que, con frecuencia, hay poderosos intereses manipulando los mercados e imponiendo reglas de juego que no son neutrales mientras se anima a la gente a competir olvidando que la competencia entre desiguales genera el abuso. Hay un dibujo de El Roto que expresa bien toda esta confusión deliberada sobre el mercado. ”Todo lo que no es mercado, es superstición”, dice uno de sus personajes. Y ese es, exactamente, el papel legitimador que se le quiere dar al mercado en un contexto en el que el mercado brilla por su ausencia y estamos en manos de políticos y empresarios desalmados.

¿Crees que la ciudadanía española debería pagar más por un bien tan esencial? Hay gentes que sostienen que sólo se valora lo que cuesta, por lo tanto? ¿Es esa tu opinión?

Entiendo que el agua requiere diferentes tarificaciones en diferentes usos, incluyendo el coste de la depuración no sólo en los usos urbanos sino en los agrícolas e industriales. Esto nos llevaría a una aplicación razonable de la Directiva Marco Europea del Agua en el sentido de cambiar las prácticas agrícolas, con independencia de mejorar las redes de distribución y las prácticas de riego, orientando esta actividad hacia la agricultura ecológica, y cambiando también los procesos industriales de acuerdo con el principio de precaución.
En cualquier caso, en los usos urbanos, que es donde parece que hay más polémica sobre la tarificación, es necesario aclarar que, habitualmente, el problema no reside en un consumo excesivo sino en las pérdidas en las redes urbanas. No hay que olvidar que el uso urbano puede ser considerado, tal y como ocurre en Arizona por ley, como uso no consuntivo, en el sentido de que esta fracción de agua tiene que regenerarse y volver a ser usada para recargar el acuífero.
Ahora bien, sigue existiendo un serio problema, como el que tú mencionas, sobre no valorar aquello por lo que no se paga. Yo pregunto a mis estudiantes cuántos conocen el volumen de agua que usan en casa. La mayoría (90 %) no lo sabe. Luego les pregunto cuánto pagan por el agua al mes en casa y tampoco lo saben. Finalmente les pregunto cuánto pagan de teléfono móvil y todos lo saben. Conclusión. El agua no es ni una prioridad ni un problema para ellos. Este es un serio problema, desde mi punto de vista, que hay que valorar ya que da a entender que no sabemos en qué planeta vivimos. Pero además, hay estimaciones que indican que ya gastamos más dinero en agua embotellada que en el agua de grifo por lo que la polémica sobre si pagar o no parece que está fuera de lugar en la mayoría de los casos, pues ya se está pagando con el agravante de que un elevado precio no está haciendo disminuir el consumo pues la gente percibe que compra agua de calidad que está relacionada con la ?salud?.

¿Y por qué crees que se consume tanta agua embotellada? ¿Es una adquisición necesaria? Por lo demás, ¿las pérdidas de agua en las redes urbanas son inevitables? Si no lo fueran, ¿por qué se asignan más esfuerzos a esa tarea tan necesaria?

Porque se nos hace creer que no es posible mejorar la calidad del agua que sale por el grifo a un coste razonable, algo que es falso. Por otro lado, las empresas de distribución urbana de agua suelen tener intereses en las empresas que venden agua embotellada por lo que les beneficia directamente no mejorar la calidad del agua distribuida.
En cuanto a las pérdidas en las redes urbanas, hay que decir que se pueden disminuir sin problemas con costes que, además, se pueden asumir sin dificultades. ¿Cómo no se van a poder repercutir los costes de manera razonable si el metro cúbico de agua embotellada supera los 300 euros por metro cúbico? Por ejemplo, Santa Cruz de Tenerife perdía casi el 50 % del agua en sus redes en 1975. La gerencia de la empresa municipal de aguas decidió reparar las redes y, en sólo seis años, se consiguió bajar las pérdidas al 10 %. Es más, actualmente, Santa Cruz usa menos agua, a pesar del crecimiento demográfico, que en 1975.
El problema en la mayoría de las ciudades de la península es que no aceptan reparar las redes porque les resulta caro si se compara con el coste del agua que se ahorra y que les vende, habitualmente, la Confederación hidrográfica correspondiente a precios muy bajos. Por eso, antes de aumentarles el suministro alegremente hay que obligar a las ciudades a mejorar las redes de distribución, aunque les parezca caro, puesto que el coste real que tienen que tener en cuenta para calcular la rentabilidad de estas reparaciones no es el precio al que se les vende el agua sino el coste de construir nuevos embalses y trasvases. Lo que ocurre es que como esa construcción corre a cargo del Estado ese coste no se tiene en cuenta por los responsables urbanos del abastecimiento de agua.

¿Qué papel ha jugado (y sigue jugando) José Manuel Naredo en la formación en España de lo que podríamos denominar economía crítica?

José Manuel Naredo es una mente privilegiada y, también, una gran persona que nos ha orientado a muchos, nos ha acogido intelectual y afectivamente y sigue estando ahí, como dice Jorge Riechmann en un poema, estudiando y escribiendo con esa lucidez tan destacada. Su papel sigue siendo muy importante a la hora de formar economistas con una perspectiva crítica y ecointegradora. Lo preocupante es que ningún gobierno de este país le haya consultado o tenido como asesor. Esto dice mucho de lo que podemos esperar realmente de estos gobiernos que se dicen progresistas.

El presentador del libro, Francisco Puche Vergara, recuerda unas palabras tuyas de 1971 que hablan de la tarea de convencer a la gente de la necesidad de un cambio radical en la manera habitual de observar los acontecimientos económicos, presuponiendo que ideas que parecen estar condenadas inicialmente a la impotencia política puede calar hondo en la ciudadanía. ¿Sigues defendiendo esta concepción o crees que el actual ruido desinformativo ha generado más barreras, que la dificultad es mucho mayor?
Paco Puche escribe que esas palabras son de Mishan, aunque yo las utilizo con frecuencia. Mishan es un economista inglés, autor de Los costes del desarrollo económico, un libro de gran actualidad. De todas maneras sigo pensando como Mishan. Ese es el papel de un profesor de economía. Yo explico Economía Ecológica y Economía del agua y no le veo sentido a ir a clase a repetir los cuatro tópicos de una economía que no usa recursos naturales ni genera residuos (sólo ocasionalmente externalidades), es decir que ignora las leyes físicas y el funcionamiento de los ecosistemas. En cuanto al agua, no considero honesto intelectualmente enseñar que todo se reduce a que hay un desequilibrio espacio temporal en las precipitaciones en la península ibérica que se resuelve con más embalses y trasvases. Se supone que enseñar economía es enseñar a pensar por cuenta propia repensando conceptos.

Dedicas el libro a Susan Christopher Nunn, una mujer, escribes, generosa y sensible y una economista lúcida y valiente. ¿Quién fue Susan C. Nunn?

Fue una profesora de Economía de la Universidad de Arizona en Tucson, que trabajaba en el Departamento de Hidrología y Gestión del Agua, que me puso en contacto con la perspectiva de la economía institucional aplicada a los recursos naturales. Pasé una temporada trabajando con ella en Arizona en ese Departamento en 1987 y, como digo en el libro, cambió mi vida profesional pues empecé a leer unos trabajos que cambiaban las preguntas habituales sobre precios y cantidades por otras más relevantes sobre ¿Qué es el mercado? ¿Quién configura las reglas de juego? ¿Quién se beneficia de ellas o quien carga con los costes?, etc. Esto me proporcionó una mirada diferente, en el sentido de Mishan, y empecé a ver las cosas de otra manera y a disfrutar mucho con lo que estudiaba aunque las preguntas, al ser más conflictivas, no eran bien acogidas en los casos de estudio y me proporcionaron, y siguen haciéndolo, algunos disgustos pues mucha gente sigue pensando que un economista debe limitarse a cuestiones monetarias. Yo pienso, por el contrario, que hay que dejarse llevar por el objeto de estudio.
Susan se trasladó hace unos 15 años a la Universidad de New Mexico en Albuquerque y poco después dejó la universidad para trabajar como consultora en temas de agua, realizando un trabajo muy hermoso con la gente de este Estado hasta que falleció en el verano de 2006.



Salvador López Arnal
Papeles de relaciones ecosociales y cambio global. nº 103, otoño 2008, pp. 107-118
tomado de Rebelión

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sábado, 14 de febrero de 2009

Acople depresivo global

LA RADICALIZACIÓN DE LA CRISIS

A comienzos de 2007 fue Alan Greenspan (por entonces ya había abandonado la presidencia de la Reserva Federal) quien dio el alerta acerca de la próxima llegada de la recesión en los Estados Unidos, la profecía se cumplió hacia el fin de ese año. Ahora ha sido Gordon Brown, primer ministro de Inglaterra el que ante la Cámara de los Comunes a comienzos de febrero de 2009, en plena recesión, anunció la llegada de la depresión global. Como era de esperarse la palabra maldita fue rápidamente desmentida oficialmente que la atribuyo a una “gaffe” (1), una expresión involuntaria de Brown, pero el tema quedo instalado precedido por un cierto número de comentarios y artículos de especialistas coincidentes con esa afirmación. Casi al mismo tiempo el presidente de Francia, Nicolás Sarkozi, califico a la crisis como “la peor desde hace un siglo” y en su conferencia de prensa del 9 de febrero Barak Obama coincidió con esas visiones “catastrofistas” (realistas).

2009 aparece como el-año-de-todos-los-peligros, es muy difícil pronosticar el ritmo de la crisis en curso sobre todo porque no tiene precedentes en la historia del capitalismo; su carácter sistémico, su pluralidad (económica, energética, militar, institucional, tecnológica, ambiental, ideológica) y las interrelaciones entre sus diversas componentes le confieren un comportamiento errático, casi (pero no totalmente) impredecible.

De todos modos un conjunto de indicadores nos están señalando que el acople recesivo global que se fue desarrollando durante 2008 está ahora ingresando en una nueva etapa caracterizada por grandes caídas productivas y aumentos de la desocupación en los países centrales y en la mayor parte de la periferia. Se trata de la instalación de un acople depresivo global avanzando ante la impotencia de los gobiernos de los países ricos que constatan como las lluvias de millones de millones de dólares, euros, etc., arrojados sobre sus mercados no consiguen frenar la avalancha.

Al igual que en el comienzo de la etapa anterior el motor de la crisis se encuentra en los Estados Unidos donde durante el último trimestre de 2008 y en el comienzo de 2009 aparecieron datos alarmantes anunciando la inminente llegada de la depresión.

En el cuarto trimestre de 2008 el Producto Bruto Interno promedio cayó a una tasa anual de 3,8% (si descontamos la acumulación de inventarios la caída supera el 5%), la producción industrial bajó 11 %, el consumo de bienes durables 22 %, el de bienes no durables 7 % y las exportaciones 22 %, las informaciones disponibles del primer mes de 2009 (consumo, desocupación, cotizaciones bursátiles, algunos sectores industriales decisivos como el del automóvil, etc.) indican que la tendencia recesiva se profundiza. A las caídas en la producción y el consumo se agrega el rápido aumento del ahorro personal, impulsado por el temor a la desocupación y a la pérdida de ingresos, que reducirá aún más el consumo lo que a su vez empujará hacia abajo a la producción industrial. A lo largo de 2008 se puso en marcha el clásico círculo vicioso recesivo donde el consumo, la producción y la inversión interactúan negativamente: la recesión provoca más y más recesión. Se ha producido un rápido empobrecimiento del grueso de la población, en algunos casos se trata de pérdidas de riquezas ilusorias como lo fue el aumento burbujeante de acciones y valores inmobiliarios que impulsaban el consumo de sus beneficiarios y en otros de pérdidas reales de empleos, salarios y viviendas.

Dos informaciones pueden ser útiles para evaluar la magnitud del desastre, la primera referida a la contracción de la riqueza provocada por el colapso financiero. La llamada riqueza neta de la población norteamericana (valor de las propiedades, acciones, etc., menos deudas) había descendido a comienzos de 2009 en unos 14 billones (millones de millones) de dólares corrientes respecto del valor promedio de 2007, cifra equivalente al Producto Bruto Interno de los Estados Unidos (2).

La segunda información nos ilustra sobre el impacto social de la crisis, la desocupación “oficial”, es decir la registrada de ese modo por el gobierno, creció gradualmente a lo largo de 2007 y se aceleró desde mediados de 2008, en octubre incluía a más de 10 millones de personas, en diciembre superaba 11 millones (7,2% de la población económicamente activa). Sin embargo esa cifra subestima el problema porque a los 11,1 millones de desocupados oficiales de diciembre de 2008 (3,6 millones más que en diciembre de 2007) es necesario agregar 2,6 millones de desocupados de “larga duración” (con 27 semanas o más sin empleo), ese sector aumento en 1,3 millones de personas durante 2008, por otra parte los trabajadores precarios llegaban a unos 8 millones (eran 4 millones 600 mil un año antes). Sumando desocupados oficiales. crónicos y trabajadores precarios se llega en diciembre de 2008 a casi 22 millones de personas, eran 13 millones 500 mil un año antes (3); se trata del salto al vacío de más de 8 millones de personas.



Insolvencia y aceleración de la crisis

Los principales indicadores económicos y sociales nos señalan que la crisis se acelera y que el aumento de ritmo apunta hacia una gran salto cualitativo, un hundimiento catastrófico de la economía norteamericana que seguramente arrastrará al conjunto del sistema global.

El Producto Bruto Interno real creció a una tasa anual del 3,3 % en el segundo trimestre de 2008, tuvo una leve cifra negativa en el tercero (-0,5%) y cayó con fuerza en el cuarto (-3,8%).

La producción industrial aceleró su descenso a lo largo del año pasado, el índice promedio del segundo trimestre cayo 0.9 % respecto del primero, el del tercero bajó 2,3 % respecto del segundo y el de cuarto trimestre descendió 3 % (4).

El consumo personal que se había mantenido estancado en términos reales durante los primeros meses de 2008 inició un persistente descenso en el segundo semestre que tiende a acentuarse a comienzos de 2009 (5).

A lo largo de 2007 y hasta abril de 2008 la masa de desocupados oficiales presentaba una curva ascendente suave, pero en mayo pego un salto del orden del 11 % a partir de allí el crecimiento de la desocupación se aceleró, en los cinco trimestres que van entre enero de 2007 y marzo de 2008 la tasa trimestral promedio de incremento del volumen de desocupados nunca superó el 1,5 %, pero en el tercer trimestre de 2008 subió al 3,5 % y el el cuatro al 5 %. En diciembre de 2008 se produjeron 630 mil nuevos desocupados netos, en enero de 2008 se repitió aproximadamente dicha cifra (6).

El índice de precios de las viviendas desciende a velocidad creciente desde mediados de 2008, 10 % de caída a lo largo de todo 2008 (7).

En los 12 meses que van entre octubre de 2007 y mediados de septiembre de 2008 la capitalización bursátil norteamericana descendió unos cuatro billones (millones de millones) de dólares, pero solo en los cuatro meses siguientes descendió en un cifra similar, la baja mensual promedio pasó entonces de 333 mil millones de dólares para el primer período a un billón de dólares para el segundo (casi 7 % del PBI por mes) (8). En fin, la tasa de ahorro respecto del ingreso personal disponible que se había mantenido próxima de cero en los últimos años pasó del 1,2 % en el tercer trimestre de 2008 a 2,9 % en el cuarto trimestre y existe consenso entre los pronósticos conocidos para situarla en torno del 5 % antes de fin de año acentuando así la retracción del consumo (9).

Si la tendencia a la aceleración de la caída económica no puede ser frenada todo parece indicar que 2009 se producirá la Gran Depresión, mucho más grande que la de los años 1930.

Desde que se produjo el colapso financiero de mediados de septiembre del año pasado el gobierno (Bush y luego Obama) ha tratado de suavizar la caída a través de millonarios subsidios a los bancos primero y después a industrias clave como la automotriz y finalmente a los consumidores. Sin embargo estas inyecciones de fondos que aumentan peligrosamente la deuda y el déficit público no han conseguido el objetivo buscado, ha sido así porque detrás de la crisis de liquidez, de la falta de crédito, se encuentra el fenómeno de sobre endeudamiento publico y sobre todo privado que ha colocado a numerosas empresas y a una enorme masa de consumidores en la insolvencia o al borde de la misma. Eso no se arregla inyectando dinero en el mercado, con esas intervenciones se producen algunos alivios pasajeros que evitan uno que otro derrumbe, postergan un poco la depresión sin poder impedir su llegada. A su vez la insolvencia y el sobre endeudamiento son el resultado de una prolongada decadencia productiva asociada al ascenso del parasitismo financiero de aproximadamente cuatro décadas de duración, es el conjunto del sistema lo que ha entrado en crisis,

Trampa global


Al igual que en el período recesivo (2008) no existe ninguna posibilidad de desacople, la articulación comercial, productiva y financiera de la economía mundial opera como una gigantesca trampa de la que nadie puede escapar. Habrá que esperar a que el tiempo (la prolongación de la crisis) genere factores de desarticulación, de fractura capaces de quebrar la unidad del sistema, para que ello ocurra debería producirse una quiebra duradera del comercio y de la trama monetaria internacional (queda abierta la reflexión acerca de la posibilidades de supervivencia del capitalismo como cultura universal si eso llegara a ocurrir).

Por ahora el hundimiento es general, la mayor parte de los países europeos están pasando de la recesión a la depresión, Japón sigue el mismo camino. China transita hacia una fuerte baja en su tasa de crecimiento del PBI, algunos pronósticos la sitúan en torno del 6 % para 2009 con consecuencias económicas y sociales equivalentes a una recesión, Brasil y Rusia ya se han acoplado al desinfle global, la Organización Internacional del Trabajo acaba de presentar un escenario para 2009 que incluye cincuenta millones de desocupados adicionales (10).

Depresión psicológica

La depresión económica viene precedida por una ola de depresión psicológica que luego de algunos primeros pasos tímidos en medio de la recesión de 2008 se expande actualmente a toda velocidad entre las elites dominantes del mundo, el pesimismo se está adueñando del universo cultural del capitalismo, sus ilusiones de dominación imperial del mundo se van disolviendo en el océano de la crisis. Ese clima fue bien expresado en su momento inicial por Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Internacionales de los Estados Unidos, cuando en un articulo publicado en Mayo de 2008 señalaba el fin de la hegemonía global norteamericana y el nacimiento de un mundo crecientemente despolarizado (11), es decir el principio del fin de la plurisecular y compleja construcción colonial de Occidente. Hacia mediados de diciembre James Rickards, figura clave del aparato de inteligencia norteamericano presentó un informe auspiciado por la U.S. Navy plagado de pronósticos siniestros: desde el derrumbe del dólar y de los títulos públicos norteamericanos hasta reducciones del Producto Bruto Interno del orden del 30 % en los próximos cinco años y tasas de desocupación similares a las de los años 1930 (12). Finalmente el último encuentro de Davos, en otros tiempos reunión estelar de la cumbre de la globalización neoliberal, estuvo dominado por las constataciones de impotencia ante una crisis avasalladora, empresarios transnacionales y dirigentes de las grandes potencias lloraron sobre los restos de un mundo que llegaron a creer eterno.

Este acople mundial del pesimismo ideológico y la depresión económica podría ser visto en una primera aproximación al tema como el principio del fin de la post guerra fría, período de dos décadas de duración marcado por la dominación global de los Estados Unidos, un auge sin precedentes de la especulación financiera y una integración transnacional muy avanzada de los sistemas productivos, también podría ser descripto como era neoliberal enterradora del keynesianismo, del estatismo burgués desarrollista. Sin embargo esas serían interpretaciones muy limitadas, carentes de una visión histórica más amplia ya que el llamado neoliberalismo no fue otra cosa que el discurso triunfalista de la degeneración financiera, parasitaria del capitalismo keynesiano. En los Estados Unidos el estado militarista e interventor nunca se retiró de la escena y en las otras grandes potencias la intervención voluntarista del Estado estuvo siempre presente aunque al servicio de un capitalismo globalizado y financierizado cuya dinámica terminó por desquiciar, corromper profundamente a los sistemas institucionales en los que se apoyaba. Es toda la historia del capitalismo (sus grandes paradigmas científicos y tecnológicos, su estilo de consumo, sus sistemas productivos, su cultura imperial) lo que ahora está comenzando a navegar a la deriva.

Notas
(1), Philip Webster, "Comment: Brown on depression - a gaffe and that's official", Times Online, February 4, 2009.
(2), Federal Reserve Statistical Release, Flow of Funds Account in United States y estimaciones propias..
(3), U.S. Bureau of Labor Statistics, “The employment situation: December 2008”.
(4), Federal Reserva Statistical Release, Industrial Production and Capacity Utilization.
(5), Bureau of Economic Analysis, National Economic Accounts, Real Personal Consumption Expenditures.
(6), U.S. Bureau of Labor Statistics-
(7), House Price Index, OFHEO, U.S. Office of Federal Housing Entreprise Oversight.
(8), World Federation of Exchanges.
(9), Personal Saving Rate, U.S. Bureau of Economic Analysis, National Economic Accounts.
(10), “Global jobs losses could hit 51 m”, BBC News, 2009-01-28.
(11), Richard Haass, “The Age of Nonpolarity. What Will Follow U.S. Dominance”, Foreign Affairs, May/June 2008.
(12), Eamon Javers, "Four really, really bad scenarios", Politico.com, 17 de diciembre de 2008.



Jorge Beinstein es economista argentino, docente de la Universidad de Buenos Aires
America Latina en Movimiento

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lunes, 9 de febrero de 2009

Corrupción y Poder

LA CORRUPCIÓN Y EL FESTÍN DE LOS BUITRES

De manera periódica aunque irregular, los Estados Unidos se ven sacudidos por casos de alta corrupción política y financiera. Invariablemente, los medios de comunicación denuncian indignados al inmoral de turno, como si al hacerlo dejaran claro que, a excepción de unos pocos, el país permanece impoluto e inocente. Apenas se mencionan las prácticas y normas corruptas intrínsecas al capitalismo financiero contemporáneo.

Por el momento, los titulares se han centrado en Rod Blagojevich, gobernador de Illinois y presunto responsable de cohecho, y en el veterano financiero Bernard Madoff. Blagojevich está acusado de haber subastado un escaño del Senado al mejor postor, en la senda trazada por Plunkett, en los tiempos del Tammany Hall (1). Pero lo suyo es un juego de niños comparado con Madoff, cuyo esquema de Ponzi de 50.000 millones de dólares constituye aparentemente el mayor fraude financiero privado de la historia (2). Madoff, ex presidente del mercado accionario Nasdaq y uno de sus principales participantes, lubricó su empresa durante décadas con contribuciones políticas estratégicas y una útil combinación de negocios y filantropía, lo que le permitió, al tiempo, elevar su status social y calmar su conciencia. El estallido de la burbuja financiera de Wall Street –consentida por el Gobierno- dejó al descubierto el esquema piramidal de Madoff. Pero éste sólo resulta comprensible en el contexto de una cultura y de una práctica de la corrupción mucho más arraigada, lo que explica las dificultades del Presiente Barack Obama para separar la paja del trigo a la hora de conformar su gabinete, de nombrar al personal de la Casa Blanca y de elegir a su círculo íntimo de asesores.

“Corrupción”, en realidad, es una palabra-concepto muy polémica, sobre todo cuando su uso retórico intenta aplicarse a la guerra política. Su carga negativa –que incluye el soborno, la extorsión o el nepotismo- se utiliza para movilizar el apoyo popular y partidista contra los competidores o rivales. Entendida, sin embargo, como un fenómeno ligado a la acción y a la psicología de grupo, los significados atribuidos a la palabra corrupción varían de una civilización a otra, de un siglo a otro y de un país a otro. Pensar la corrupción de manera crítica exigiría pensar la venalidad no sólo en el ámbito de la política sino también en la economía, las finanzas, la religión, los deportes, el arte, la educación y los intercambios sociales en general. Con todo, los sujetos privados que ofrecen sobornos suelen ser juzgados y castigados de manera mucho menos severa que los políticos, funcionarios estatales y burócratas que los requieren y les pagan, supuestamente porque éstos últimos traicionan la confianza pública. La asimetría es mayor aún en las sociedades donde los ricos más ricos, sean individuos o grandes empresas, ocupan una posición tal que les permite corromper a funcionarios públicos de medios modestos.

Si la venalidad, por el contrario, es innata a la condición humana, no debería sorprender que los cargos electos y los funcionarios públicos fueran corrompibles. La sociedad política no está regida por ángeles entregados a una vida de plegarias. Que “el poder tiende a corromper” y que “el poder absoluto corrompe absolutamente” forma parte tanto de las palabras de Lord Acton como de la naturaleza y la lógica misma de las cosas. Ahora bien, si la corrupción en la sociedad civil y política es crónica (e incluso si hay momentos en los que, como apuntó Bertolt Brecht, “encontrar un funcionario que acepta un soborno es encontrar humanidad”) la cuestión no es la corrupción en sí, sino su alcance e intensidad.

Es posible, por ejemplo, que las llamadas sociedades primitivas hayan sido las menos expuestas a la corrupción, ya que carecían de la separación entre la esfera pública y privada necesaria para que el soborno pueda subvertir la práctica de la entrega no venal de regalos. Pero el soborno existió, sobre todo en lo que concierne a los jueces, entre los antiguos egipcios, babilonios o hebreos. En Grecia, hacia el siglo IV a.c., el cohecho prosperó juntó al crecimiento de la ciudad, de la economía y del gobierno, así como con la progresiva necesidad de controlar las asambleas públicas. Roma no estuvo nunca libre de venalidad, aunque ésta sólo comenzó a impregnar la sociedad política y civil durante la república tardía y con la expansión imperial: ventas de cargos públicos, contratos y concesiones marcados por el clientelismo, cooptación de la plebe a través del “pan y circo”. Hasta el cargo del Emperador llegó a ofrecerse al mejor postor.

En la edad media, la forma más usual de cohecho fue probablemente la simonía eclesiástica. Tampoco en la Europa moderna temprana, la compra-venta de cargos públicos judiciales o fiscales, como complemento de los cargos hereditarios, fue infrecuente en países como Francia o Inglaterra. La colonización ultramarina, por su parte, abrió nuevas vías a la corrupción en las metrópolis y en las provincias imperiales. En realidad, la corrupción siempre ha sido un elemento necesario del imperialismo, y ha incluido prácticas como la compra y venta de muy rentables licencias, concesiones y contratos de explotación económica y fiscal de las colonias, sobre todo para la extracción de recursos y mercancías no renovables.

La corrupción, en definitiva, no ha prevalecido de igual modo en todas las épocas y lugares. Es sobre todo en los momentos de transición económica y social radical, cuando las estructuras gubernamentales y legales se tornan incoherentes y las convenciones sociales se relajan, cuando la corrupción se vuelve rampante y vistosa, ya que aparecen oportunidades que ni tentadores ni tentados habrían imaginado hasta ese momento. Esto es lo que ocurrió en los Estados Unidos entre 1865 y 1890; en los nuevos estados pos-coloniales del Oriente Medio, del África y del Sudeste asiático; o en los países que integraban la ex Unión Soviética y de sus satélites, desde 1989: la gran corrupción desplaza al pequeño soborno.

Al disponer de una frontera móvil, especialmente entre la Guerra Civil y los años posteriores al fin- de-siècle, los Estados Unidos fueron terreno propicio para la corrupción. Los legendarios barones del latrocinio y los magnates industriales celebrados como los fundadores del moderno capitalismo estadounidense, erigieron sus imperios económicos a través de un calculado recurso a la corrupción masiva de las diferentes instancias de gobierno –local, estatal, federal- con el objeto de obtener ganancias privadas. En un clima de relativa y tolerada laxitud moral, el fraude y el soborno se dispararon de manera salvaje, sobre todo cuando se trataba de obtener derechos de paso para los ferrocarriles, concesiones de tierras públicas para explotar bosques, minerales y petróleo, así como aranceles, impuestos y regulaciones comerciales favorables. Para conseguir sus propósitos, los Cooke, Gould, Vanderbilt, Rockefeller, Hungtington, Stanford, Frick o Carnegie dedicaron enormes cantidades de dinero a “arreglar” las cosas. Compitieron a la hora de comprar senadores y representantes de los dos grandes partidos, de sobornar electores, de hacerse con diarios y de seducir a intelectuales con influencia pública.

Con la esperanza de reducir los costos de “arreglar” las cosas, algunos magnates decidieron postularse directamente a los cargos públicos, destinando su riqueza a la obtención de poder político. Los gigantes de ciertas industrias, por su parte, en lugar de enfrentarse entre sí ante unos controles gubernamentales más bien inofensivos, optaron por coaligarse para formar grupos de presión e incluso llegaron a fusionar sus empresas. A finales de la década de 1870, John D. Rockefeller se convirtió en un renombrado prófugo de la justicia debido a las prácticas fraudulentas e ilegales que había empleado para levantar Standard Oil. Para eludir los procesos judiciales en su contra, se la pasó de Estado en Estado hasta que, temeroso de ser arrestado y extraditado, se refugió en su propiedad de Pocantico, New York, rodeado de guardias de seguridad con órdenes de mantener alejados a los funcionarios que trajeran citaciones judiciales. Con el tiempo, deseoso de mejorar su imagen y estatus, el magnate del petróleo comenzó a destinar parte de su corrompida fortuna a obras filantrópicas, provocando el comentario de Mark Twain según el cual “invariablemente en el tiempo, tres cuartas partes del apoyo a las grandes obras de caridad tiene su origen en dinero con conciencia de culpa”.

Ya en el siglo XX, la de irrupción Estados Unidos como potencia imperial no podía sino alentar un nuevo florecimiento de la corrupción. En comparación con el imperio romano o con los imperios europeos de ultramar, gobernados de manera directa, el norteamericano se basaba en vínculos indirectos. Esto propició el nacimiento de un complejo militar-industrial que se convertiría en causa y efecto de un creciente y constante gasto público destinado a unos contratos militares excepcionalmente útiles en términos de empleo. El crecimiento de esta poderosa infraestructura de “defensa”, dotada de bases miliares y aliados subalternos en todo el mundo, ha ido de la mano con el salto global del imperio estadounidense sobre mercancías invalorables y estratégicas que implica, a su vez, contratos enormemente rentables pero también con alta capacidad de corrupción. Esta apropiación se ha visto facilitada por el liderazgo estadounidense en ámbitos como la aeronáutica, las telecomunicaciones, la farmacología o la informática, todas ellas actividades que exigen licencias vinculadas al tráfico de influencias.

En estos tiempos de capitalismo financiero universal, la vieja política del clientelismo y del intercambio de favores ha sido desplazada por la hipercorrupción, directa y sinuosa, legal e ilegal. Como la desindustrialización ha barrido los Estados Unidos, ya no hay un senador que represente a Boeing ni un director ejecutivo –y futuro secretario de defensa, como el jefe de General Motors, Charles Wilson- que pueda proclamar que “lo que es bueno General Motors es bueno para los Estados Unidos”. Los objetivos se han vuelto más ambiciosos: los sobornos, bajo la forma de contribuciones y regalos de campaña, buscan influir, cuando no comprar, decisiones legislativas y administrativas con el propósito de beneficiar grandes intereses, muchos de ellos transnacionales. De hecho, con la globalización de la economía y de las finanzas también la corrupción se ha vuelto global. En las solicitudes y demandas se recurre a ella para obtener contratos comerciales e influencia política.

Al adquirir carácter sistémico, la corrupción no sólo es practicada en Estados Unidos por las megacorporaciones y las entidades financieras, sino también por las agencias calificadoras y las empresas auditoras. Y es más enconada aún en el viejo Mundo, donde los escándalos de Vivendi, Parmalat y Afinsa/Escala son análogos a los de Enron o WoldCom en el nuevo Mundo.

Obviamente, no todos los culpables son ejecutivos estrella de grandes empresas. Todavía quedan individuos super ricos que “arreglan” las cosas como quien respira. Gente como Bill Gates y Sergey Brin, Warren Buffet y George Soros lo hacen de manera ostensible. Otros, como Marc Rich y Boris Berezovsky actúan de manera subrepticia. Éstos últimos no conocen lealtad nacional alguna: Rich renunció a la ciudadanía estadounidense para adquirir pasaporte español, suizo e israelí y poder, así, mantenerse a salvo de la ley; Berzovsky se marchó al Reino Unido para escapar de los tribunales rusos. Haciendo honor a la máxima de Mark Twain, todos ellos realizan cuantiosas donaciones a causas filantrópicas.

En términos generales, sin embargo, la mayoría de los grandes corruptores son ejecutivos anónimos que procuran acrecentar la fortuna de sus empresas al tiempo que la propia. Son ellos, junto a grupos de presión bien financiados, quienes concentran la mayor parte de las donaciones a los dos grandes partidos políticos, muy por delante de los sindicatos y de otras organizaciones ciudadanas. En la medida en que su elección y su ascenso son financiados –y por tanto controlados- por grandes empresas y asociaciones de comercio, los republicanos y demócratas afines al mundo de los negocios pasan a ser hegemónicos en las ramas legislativas, administrativas y ejecutivas del gobierno, tanto a nivel federal, estatal y local. La simbiosis entre el mundo corporativo de los negocios y del gobierno se hace posible, así, gracias a la puerta giratoria que existe entre el sector privado y el sector público. Sin romper amarras con Washington, los que están adentro pasan a promover sus intereses del lado de afuera, a la espera de un eventual regreso al poder. Para consolidar su pedigrí, muchos de ellos buscan y obtienen relaciones con universidades de élite o think tanks.

Mientras están fuera del poder, los políticos y funcionarios de mayor nivel y visibilidad convierten en dinero su experiencia y contactos con agencias de gobierno, grandes empresas y alta sociedad, tanto dentro como fuera del país. Con la excepción de Jimmy Carter, todos los ex presidentes de Estados Unidos buscan y obtienen grandes sumas por pronunciar discursos condescendientes con las grandes empresas. Antiguos miembros de gabinetes presidenciales y asesores de máximo nivel organizan, asesoran o se incorporan a consultoras de alto nivel dedicadas al tráfico de influencias transnacional y a presionar a favor de clientes locales y extranjeros, cobrando por ello honorarios acordes a su acceso privilegiado a los pasillos del poder político y empresarial. Del lado republicano, sobresalen los nombres de James Baker III, Henry Kissinger, Thomas McLarty, Peter Peterson y John Snow. Los demócratas, por su parte, cuentan con Madeleine Albright, Sandy Berger, William Cohen, Carla Hills y Richard Holbrook.

El Grupo Carlyle de James Baker, con el ex presidente George H. W. Bush como asesor principal, es el prototipo de estos centros de corrupción que, junto a grandes gabinestes de estudios jurídicos, contables, de inversión y de relaciones públicas, constituyen un formidable nexo de influencia y poder. Algo similar ocurre con altos cargos retirados de las fuerzas armadas, que hacen dinero valiéndose de sus credenciales y vínculos para asesorar a contratistas en el área de defensa o para oficiar de analistas militares en los medios de comunicación.

El siglo XXI asiste al nacimiento de un nuevo concierto de naciones dominado, no ya por un solo país, sino por varios. Aunque sus sistemas políticos difieran radicalmente, todos están ligados a una nueva forma de capitalismo estatal que condiciona sus pasos. Los enfrentamientos entre los principales actores estatales se intensificarán a resultas de la competencia por el acceso al control de unos recursos cada vez más escasos: energía, alimentos y agua. Sumado a ello, el crecimiento demográfico seguirá centrado en países crónicamente inestables, arrasados por la pobreza y la desnutrición. No poco de estos Estados empobrecidos disponen de valiosos recursos naturales controlados por élites de miras estrechas e inveteradamente venales.

El regreso a un sistema mundial multinacional dominado por varias potencias entregadas a un mercantilismo de nuevo tipo es un gran acicate para la corrupción. Los que se benefician de la corrupción del capitalismo financiero de estado trabajan mano a mano con los creativamente destructivos barones del latrocinio, así como con aquellos dispuestos a “arreglar” las cosas en estados emergentes y fallidos. Los primeros denuncian a los segundos por su nepotismo y por su cruda y descarada corrupción, pero se entienden y tratan con ellos sin problemas. Por lo que se refiere a Blagojevich y Madoff, seguirán oficiando de figurantes llamativos, ideales para desviar las miradas, apartándolas del espectáculo ofrecido por el festín de los buitres.

NOTAS:
(1) “Tammany Hall” es la denominación con la que se conoce a la maquinaria del Partido Demócrata cuyo papel en el control de la vida política de New York fue decisivo entre 1790 y 1960. George Plunkett, precisamente, fue senador por el Estado de New York y una figura relevante del Tammany Hall durante los primeros años del siglo XX.
(2) El esquema Ponzi es una operación de inversiones fraudulentas basada en una forma sofisticada de pirámide económica. Básicamente, la estafa consiste en que las ganancias obtenidas por los primeros inversores son generadas gracias a otros nuevos que caen engañados por la promesa de obtener grandes beneficios.



Arno J. Mayer
es profesor emérito de Historia en la Universidad de Princeton N.J. (USA)
Traducción: Gerardo Pisarello
Revista Sin Permiso

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