martes, 18 de diciembre de 2007

¿Autovía de peaje para el desarrollo de la Serranía?

EL CAMINO MÁS CORTO HACIA EL DESARROLLO NO SIEMPRE ES UNA AUTOVÍA
El caso de Toscana

¡Ya están aquí los ecologistas poniendo pegas a todo lo que sea progreso! Esa va a ser la expresión, la opinión, de muchos cuando hayan conocido la oposición de éstos y otros grupos ciudadanos al proyecto de autovía de peaje entre la Costa del Sol (San Pedro de Alcántara) y la ciudad de Ronda presentado por la Consejería de Obras Públicas y Transportes el pasado viernes 23 de noviembre, opinión que comparto en la medida en que formo parte del Grupo de Trabajo del Genal desde su fundación. A lo largo de estos años, mi aportación ha sido desde la perspectiva del desarrollo rural y del desarrollo local, mis líneas de investigación académica desde hace más tiempo aún. Dado que uno de los argumentos que se ha esgrimido desde la Consejería es la capacidad de esta nueva vía para inducir desarrollo económico en la Serranía de Ronda, con este artículo pretendo argumentar la absoluta inconveniencia de dicha infraestructura precisamente con razones basadas en este último concepto.

En síntesis, este infraestructura exige el levantamiento de 26 viaductos y, en el proyecto presentado en 2006, un túnel de 3,13 km de longitud. Su trazado discurre por materiales muy inestables, las peridotitas, y, conociendo la “delicadeza” con que las empresas responsables llevan a cabo estas grandes obras, como delataron los deslizamientos que bloquearon parte de la Ronda Este de Málaga, a escasos meses de su inauguración, o, más recientemente, la ruptura del acuífero del Valle de Abdalajiz, no cabe esperar mucho de las restauraciones previstas para paliar los profundísimos desmontes y taludes que tal vía requerirán.

La justificación de la necesidad de esta carretera en términos demográficos, de cara a frenar el despoblamiento de la Serranía es insostenible. Del crecimiento de la capital rondeña da fe el grueso cinturón de adosados que se extiende cerca de su circunvalación, y de la capacidad que el turismo residencial tiene de regenerar demográficamente los espacios de montaña pueden hacerse una idea conociendo que éste está protagonizado por personas mayores de 50 años, entre cuyos planes, rara vez entra aumentar la familia. Una familia que tampoco tienden a incrementar los jóvenes sean urbanos o rurales, perdidos entre el hedonismo y el mileurismo.

Deduzcamos: si es de peaje, esto es, financiado por la iniciativa privada, y la población actual es escasa, es porque se pronostica que sea el turismo residencial el que pague. Ese turismo residencial responsable de un crecimiento urbanístico cuestionado desde muchos frentes. Uno de ellos, el incremento del efecto invernadero por la exigencia de desplazamientos en automóvil que implica. Creo que este proyecto no se lo comentaron a Al Gore cuando lo invitaron a Sevilla para enseñarnos a evitar el cambio climático.

En relación con esta identificación entre desarrollo y turismo residencial expongo otro argumento para poner de manifiesto la diferencia entre crecimiento y desarrollo. La he extraído de los estudios del ESPON (European Spatial Planning Observation Network), un organismo cuyo principal objetivo es reforzar la Unión Europea corrigiendo las desigualdades de desarrollo socioeconómico, siendo la planificación económica y urbanística los instrumentos que, como su nombre indica, han de llevar a cabo dicha corrección. Según dichos informes, la Costa del Sol es una de las áreas de mayor crecimiento demográfico en Europa, con conectividad apropiada, pero estas circunstancias no se traducen en una buenas condiciones de competitividad (medida en PIB per cápita y en presencia de centros decisorios de las empresas europeas) ni de bases de conocimiento (medidas en niveles educativos y ratio de personal dedicado a I+D sobre el empleo total). En otros informes, relacionan este crecimiento demográfico con la demanda de población en edades próximas a la jubilación, en otras palabras, con la demanda de suelo residencial.

Los últimos 15 años de “Vino y rosas” de pleno empleo y crecimiento del PIB en la Costa han ido acompañadas, en efecto, de un fracaso escolar sin parangón y de un descenso del número de matriculados en la Universidad. ¿Quién quiere cualificarse cuando la demanda de mano de obra, acaparada por la construcción y los servicios básicos, no requiere tal mejora? ¿Quién tiene una vocación tan profunda que le lleva a dedicar años de estudio a lograr un título que le habilita para un trabajo remunerado a precios muy próximos a los de ocupaciones que no requieren de esa inversión y de ese trabajo? ¿Qué empresa malagueña osa apartarse del fácil camino de la creación de espacio urbano, que en absoluto requiere de inversiones en I+D? Nos hemos ganado, nos estamos ganando, a pulso crecer sin desarrollarnos.

Cuando la Consejería de Obras Públicas y Transportes redactó las Bases y Estrategias del Plan de Ordenación del Territorio de Andalucía (1998) parece que tuvo en cuenta reflexiones semejantes a éstas. Así, éste documento considera que la oportunidad de los territorios de montaña, entre los que se incluye Ronda y su Serranía, radican en un sistema productivo agrario que compatibilice turismo rural, sin desarrollo de nuevas residencias, al basarse en la recuperación del patrimonio existente, con mejora de la puesta en valor de los recursos del monte mediterráneo. En relación con esta estrategia, prevé infraestructuras que estén adaptadas “a las características de baja densidad territorial y débil demanda” (p.178) y que garanticen “la compatibilidad de las intervenciones con las exigencias de conservación de la Red de Espacios Naturales Protegidos”. En coherencia con este planteamiento, se proponía la mejora de la carretera Ronda-Algeciras dotándola de otro acceso desde Manilva. A la vista del citado proyecto de autovía de peaje, es evidente que tal estrategia se ha abandonado por completo. Por favor, piensen que eso supone que la Consejería incumple sus propias propuestas de planificación. Es más, este proyecto guarda una gran similitud con una propuesta del G.I.L., sí ese partido de cuyas secuelas se nutre la Operación Malaya.

Ayer disfruté de estas tierras una vez más. Recorrí el Alto Genal, y no pude menos que acordarme, para envidiar, el caso de Toscana. El pueblo italiano, en general, y el toscano, en particular, lleva cerca de 300 años viviendo del turismo. Empezó con el turismo inglés y, a medida que otros países iban incrementando su capacidad de dedicar parte de su renta a conocer mundo, este segmento de demanda se fue ampliando, y hoy incluye prácticamente todo el Orbe. Sin embargo, este crecimiento continuo a lo largo de tres centurias no ha ido acompañado de una densificación agresiva en la forma de ocupar el territorio. Eso sí, la cola para acceder al museo Uffizi es disuasoria. Pero, si una vez superada la prueba, se opta por recorrer sus colinas, se tiene la sensación de observar un paisaje no demasiado distinto del que tantos pintores renacentistas observaron y recogieron en los cuadros que se acaban de disfrutar en dicha pinacoteca. Y, lo mejor del caso, es que ese paisaje está vivo. Las casas encaramadas a las suaves cimas son bodegas o establecimientos de turismo rural. Los campos están cultivados, y, las ciudades, pequeñas pero con especializaciones productivas en diferentes sectores, se albergan en el fondo de los valles. Quizás por eso, a los toscanos les sale gratis la promoción a través de decenas de películas que siguen identificando este territorio con una vida placentera y contribuyen, por tanto, a que la demanda se siga fortaleciendo. Para otros, esta “visibilidad global” tiene un precio muy alto: los stands de publicidad en todas las ferias dedicadas, más o menos directamente, al turismo. Cuanto más lejos esté la feria mejor para las autoridades políticas (locales, provinciales, regionales) que consideran imprescindible su presencia, inmortalizada en la consabida instantánea, para que la difusión de su ámbito espacial sea exitosa. Qué injusta soy, estoy olvidando la impagable aportación de Torrente a la atracción de turismo de calidad.

Y todo esto se ha hecho con una única autopista. Es el largo espinazo que recorre la península italiana de Norte a Sur. No es la mejor de Europa, pero ahí está, insertando Florencia y Toscana con el denso sistema urbano de la Bota. De ella parten numerosos ramales que drenan hacia los pueblos (de todos los tamaños) y ciudades el flujo de viajeros. Ramales estrechos pero suficientes para satisfacer la demanda del visitante, que busca, precisamente, la imagen de la película que le llevó allí. Las carreteras, serpenteantes, se ajustan sumisamente a las curvas. Si vas a Toscana, quizás vas huyendo de esas rectas que, en la forma de accesos urbanos, cada día te alejan del placer de vivir. Pues bien, según el ESPON, mientras que la participación de la Toscana en el EU Framework Programme for Research and Technological Innovation (Programa Marco de Investigación e Innovación Tecnológica) se sitúa en el intervalo máximo y Málaga, como el conjunto de Andalucía, en el mínimo.

Estoy en una plaza de un pueblo del Alto Genal. Pienso en la que se viene encima. Parece que un honrado comerciante ambulante del subsector de la lencería íntima me ha leído el pensamiento. Se queja amargamente de lo malas que son las carreteras y de que allí los autocares no pueden llegar. Un pequeño establecimiento de apartamentos para turismo rural ha tenido que cerrar. Cuando bajo tres calles, encuentro dos autocares y un microbús. No veo a sus ocupantes. ¿Se han planteado nuestras autoridades que rigen esa Andalucía “Imparable” que ha pasado por “dos Modernizaciones” seriamente como hacer llegar esa velocidad de modernización a estos pueblos de una forma que no sea por autovía y urbanizando sin servicios, sin depuración de agua, sin condenar al fracaso escolar a sus habitantes? Es una lástima que el desarrollo local no sea de peaje.




Mª Luisa Gómez Moreno

Profesora Titular de Análisis Geográfico Regional de la UMA

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