domingo, 24 de mayo de 2009

¿Se reirán de nosotros...?

¿SE REIRÁN DE NOSOTROS...?

Resulta ofensiva la atildada sonrisa del, todavía, presidente de la comunidad valenciana, Francisco Camps, al salir de los juzgados. Resulta humillante e hiriente para algunos ciudadanos (otros le aplauden) ese aire de autosuficiencia, de ganador, que conlleva un mensaje implícito: “a mí nadie puede tocarme, mi traje no se arruga”. Y esos mismos ciudadanos, escandalizados e impotentes, observan atónitos cómo es tan difícil juzgar a esta pandilla de mafiosos instalados en el poder, que han gestionado y gestionan el territorio como su cortijo personal, su patrimonio, que han convertido el hormigón en el paisaje nacional, símbolo de una España que no sabe encontrar más riquezas que agostando sus riquezas naturales.
Una España que se autoproclama patriota, defensora de las tradiciones que importan (los toros, el fútbol, la familia, las telenovelas...), y que desprecia profundamente su paisaje, su fauna, su gente; para, bien manipulados sus pocos reflexivos habitantes, adueñarse solapadamente del territorio y engordar sus arcas, amén de una moralina que sigue soñando con el pensamiento único.

No es, sin embargo, más esperanzadora la visión de los otros, esos que se autodenominan de izquierdas y, sin embargo, hace tiempo que llevan traicionando su ideología (si alguna vez la tuvieron). Más allá de las medidas sociales y los descalabros continuos en materia de educación, su discurso sigue siendo servil al capitalismo salvaje, defendiendo la competitividad, la productividad, pero olvidando siempre al ser humano. También ellos juegan a trazar líneas de destrucción sobre el territorio, también, muchos de ellos (espero que no todos) se arriman a la bonanza del “becerro de oro” y la política de favores. Su inmoralidad protege la inmoralidad de los otros, otros.

Y entonces ¿qué nos queda? Tal vez, seguir golpeando cada vez con más fuerza esa puerta blindada que establece una barrera insalvable entre los problemas y las injusticias cotidianas a las que el ciudadano anónimo se ve sometido y aislado, del ruido donde se refugia “la creme de la creme” de los políticos y su bla, bla, bla... que empacha, marea y hace vomitar como la enigmática sonrisa de Camps, Costa, y otros...



Virginia Téllez Rico
Profesora IES (Antequera)

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